domingo, abril 29, 2007

 

-AQUEL DURO INVIERNO DEL 61-

....hallábase del bar en el rinconcillo el dramaturgo tomándose un cortadete.
Hoy saldrán grandes cosas, estreno boli. Quiero hurgar en el antepasado que desempedró la senda por la que acomodamos el paso. En esas cosas viejas que posibilitaron el ahora nuevo. La botica de la abuela, el saber del pueblo, la alquimia reponedora de saludes. La Artemia, reponedora de supermercados, turno de noche. La botica de la abuela: ¡Abuela, páseme la botica, que echaremos un trago.! Los untes y ungüentos: ¡Abuela, cuénteme ungüento.! Los emplastos, los romeros, las tisanas, los vahos de eucalipto, las sopas de tomillo. La sapientísima ciencia del analfabetismo.
¡Abuela, tengo calenturas.!: Date en la frente con vinagre. ¡Abuela, tengo fríos.!: Date friegas de aceite hirviendo. ¡Abuela, se me pone la picha pina! Date contra la pared, hijodeputa, y deja en paz a las gallinas.
El ayer y el hoy. Dos días intemporables separados por veinticuatro siglos de horas.
Camina el dramaturgo por las tangentes de la urbe, por el desecho deshumanado, por el suburbio, por el margen; y ve la ruina estercolada cubierta por la cosmética del santo munícipe. Por las tapias de aerosoles hacinados se arrastran los extoxicómanos. Van a exdrogarse.
Y una nubecilla plácida de lluvia traidora y ácida se deja caer del cielo para hacerse barro en el solar. ¡Abuela, deles un estacazo en la cabeza.! La abuela, sabia vieja de vieja encina, lisiaría a esos cabrones para que aprendieran. La abuela, viento lisio , vendaval que lisia, enciclopedia firmada con aspa, tiene remedios en la cultura y tiene un bisonte pintado con sangre de bisonte bajo el moño.
No puede el dramaturgo, y más si piensa en la abuela, abandonarse al surrealismo, porque a la que se descuida, todo cobra sentido. ¡Abuela, tengo surrealismos.!: Eso es imposible, tontolaba, mójate la cara en la acequia y échate otro trago.
(Bengala. Mayo del 56.)

domingo, abril 22, 2007

 

--FRANK ZAPPA- 4--

Frank Zappa había aprendido pese a su juventud algunas lecciones de las que da la vida como mazazos lumbares, abdominales o similares. La vida es muy cruel con los que no respetan las normas, se decía Frank para sí mismo, confidencialmente y quemando luego el papel en que lo llevaba apuntado.
No pretendía llegar a la cumbre por un golpe de churro u oportunismo, con un pelotazo pasajero que al poco queda en un bluf. No quería ser el púgil que salta al ring y vence por knock out en el primer round frente a un sparring. Estaba resuelto a trabajárselo empezando desde abajo.
Era consciente de que antes de llegar a tocar en una buena parada de metro, se había de ir haciendo en pasadizos solitarios entre estaciones, lejos de las amplias y concurridas áreas próximas a entradas y salidas. Por eso mismo ahora el sensato Frank Zappa pasaba todo el tiempo que podía dando recitales en las cloacas.
Intentando no ser visto por ningún agente del orden, levantaba la tapa de una alcantarilla y allá que se metía con su nueva guitarra vieja. Estaba esperanzado. Notó que algunas ratas repetían al día siguiente y traían consigo a otras compañeras.
Soñaba que su primera grabación llevara por título “The Hamelin Guitarrist Frank Zappa and his Motherfucker” mientras iba practicando, cogiendo tablas y ejercitando su digitación siempre en calma soledad.
Siempre hasta que una noche se vio en la necesidad de huir para salvar su vida y la de su guitarra.

Aquello fue escalofriante. Ensayaba con normalidad, concentrado, embebido en su tarea. Llevaba varias horas intentando un complicado solo de blues con la uña del pulgar y lamentándose de tener solamente dos cuerdas, haciendo con la boca los sonidos que no podía cubrir con tan precario cordaje, cuando de repente el nivel del agua empezó a subir en una lenta ola. Frank se extrañó mucho y se quedó mirando el cauce de cemento cada vez más lleno. El nivel seguía aumentando y la ola acercándose. Frank descartaba la posibilidad de que allí abajo hubieran surferos entrenando, y más teniendo en cuenta que no se escuchaba ningún tema de los Beach Boys.
Se incorporó de pie, enfundo su guitarra y se retiró un poco con cautela, pero la ola iba hacia él y crecía por momentos. Aceleró el paso, y la ola también. Era como si alguien o algo la dirigiera. Entonces se asustó de veras. Corrió y corrió a toda mecha y no paró hasta dar alcance a la escalerilla metálica con el mentón. Ascendió por ella lo más veloz que pudo y desde el último escalón llegó a ver con el rabillo del ojo cómo emergía de aquel infecto fluido una masa de cetáceo sanguinario. Una orca asesina de veintemil dientes, en un salto cerró sus mandíbulas a escasos centímetros del pie derecho de Frank, volviendo a caer al curso de las aguas.

Frank cerró de golpe la alcantarilla sintiendo en sus fibras un cóctel de pánico y asombro.
Mientras se bajaba el susto y las pulsaciones dando un paseo, su pensamiento iba maldiciendo al caprichoso de mierda que en su día compró el bicho para el cumpleaños de su hijo cuando no era más que una graciosa carpita de colores y que luego meses después, al crecer el animal, se arrepintió del regalo y la botó por la taza del inodoro.
Fuera lo que fuese, Frank ya nunca volvió a la red de alcantarillado.

Tiempo después, exactamente cierto tiempo después dio comienzo un nuevo capítulo en la vida de Frank Zappa.


CAPÍTULO 609

Era un caluroso verano y por tanto las giras estivales inundaban toda la costa. Bandas de jazz, de blues, de músicas ligeras, etc, actuaban sin descanso turnándose en los locales del momento.
En éstas, Frank pudo colocarse como machaca en un grupo de rock´n´roll clásico.
El tipo que cantaba tenía muchas fans y el éxito le sonreía. Era muy guapo y se meneaba con gracia. Su enorme tupé, un monumental flequillazo engominado y tieso tal vez logrado con alquitranes, daba sombra a medio escenario. Se llamaba Elmer Preston y las revistas del ramo lo habían apodado “Elmer the Pelver”, que carece de significado inteligente, pero rima y es comercial.

Frank cargaba el camión del instrumental técnico, montaba el escenario, conectaba mazos de cables e incluso probaba antes que nadie el sonido.
A escondidas le pillaba la guitarra al músico titular y se liaba a hacer improvisaciones y a versionear los temillas del show.
Al primer intento lo normal es que hubiese conectado la mitad de los cables malamente, con lo cual el sonido igual salía por una vía que por dos o de pronto por ninguna, o se le acoplaban los micros chirriando, o crujían los graves como un trueno, etc. Pero eso era bueno porque Zappa de ese modo inconscientemente estaba dando a luz una nueva forma de expresar el rock.

Vivir a la sombra de Elmer constituía una manera muy difícil de poder salir a la superficie. Ese tipo iba de superestrella, era un puto niñato pijo.
Una noche cenando en el Ritz tosió e hizo llamar a un médico. Exigía los mondadientes de ébano tallado, se bañaba con Moet Chandon y cruzaba la avenida con su avión particular. Lo hacía aterrizar en el centro de la calle y entonces entraba por una puerta y salía por la otra.

Frank intentó en alguna ocasión mostrarle sus progresos en el dominio de la guitarra. Un día en el estudio de grabación aprovechó un descanso y se puso a tocar a su manera uno de los temas del repertorio de la gira. Elmer escuchó unos segundos, y desconectando el equipo le puso la mano en el hombro diciéndole:
-Muchacho, la vez en que a mi batidora se le rompieron las aspas escuché un sonido igualito. Y tampoco era posible bailarlo, así que olvídalo.

Frank se llevó tal revés que le quedaron hematomas en el alma, cicatrices en el espíritu, humos en el agua, polvos en el viento o turbulencias en el puente.
Ya en su ánimo zaherido estaban tomando forma bellos títulos de canciones futuras.

(Continuará aún, parece.)


lunes, abril 09, 2007

 

--INICIACIÓN AL CORTOMETRAJE-- (Para niños entre 7 y 12 años.)

La cámara entra en el viejo cementerio.

Toma diversos planos de aquí y de allá.

Se montará sobre una banda sonora cuya música que sea de lo más dramático y triste. El requiem de mozart, nocturnos de chopin, o cualquiera de jarabe de palo.

..Un periodista armado de micrófono accede al interior y va en busca del paisano que se ve al fondo fumando un cigarrillo con aire abatido.

La cámara enfocará sus caras cuando hablen.

-Don Cosme, ¿qué, cómo se está dando la temporada.?

-Malamente, señor. Ha llovido a destiempo, ha hecho mucha calor y los muertos me se pudren muy rápido.

-¿Se puede pues creer en un cambio meteorológico real.? ¿Al final va a ser verdad.?

-No sé yo, pero hace quince años, o por lo menos diez, llovía cuando había que llover y venían las calores cuando habían de venir. Los muertos seguían su proceso y todo iba normal y bien. Ahora no sabe uno a qué atenerse, cuando no llueve, hace frío, o bochorno, o ventolera, o helada, o granizo, o sequía, o buen tiempo.., vaya que en esta puta tierra siempre ha de haber climatología. Hay que joderse... Y los refranes, esa es otra, ya nos los podemos ir metiendo en el culo.., que si marzo marcelo, que si abril aguas mil, que si año de nieves...

-¿Piensa entonces en dejar de plantar muertos, y más teniendo en cuenta que en los países de tercer mundo producen muchos más y a mitad de precio.?

-Usted lo ha dicho. Estamos al cabo de la calle. Ya no sale a cuenta. Yo y mi familia hemos tenido siempre esta modesta parcelilla. La cogió en traspaso mi bisabuelo y la hemos mantenido mal que bien hasta hoy, pero ya la juventud no quiere tanto sacrificio y mi hijo se ha ido a una incineradora de la capital. Si el gobierno no nos echa una mano, los cementerios acabarán sin muertos y sólo quedarán cuatro artesanos perdidos por cuatro pueblos para que les tiren fotos los turistas.

La cámara recorre de punta a punta el lugar lentamente mostrando tumbas desvencijadas y se detiene en algún grupo de cadáveres en mal estado, llenos de verdín por aquí, acartonados por allá...

(IMPORTANTE: Para realizar un corto de estas características no es imprescindible contar con un equipo de filmación de los profesionales. Con una cámara de los comunes es suficiente.)

Ánimo y a intentarlo.


sábado, abril 07, 2007

 

--FRANK ZAPPA- 3--

Pasados unos meses, efectivamente el jefe de Frank encontró válida la idea y la llevó a cabo. El negocio de comidas por encargo prosperó gracias a su americanidad, y el orgullo de comer aquello se extendió por la ciudad como el pesticida de una avioneta.
Llegado el momento, Frank sugirió al propietario que se dignase destacarlo crematísticamente dada su decisiva influencia en el buen navegar del negocio, ya que suya había sido la certera idea.
Y sin dar lugar a una engorrosa insistencia, fue dotado con dos patadas en el bajo vientre, sacado a rastras al callejón de la basura e incrustado en ella de cabeza.
Frank, con la cara hundida en las mondas de patata y las raspas de pescado, mientras aún le resonaban los ecos de las risotadas ogroides del canalla, se juró que si alcanzaba un día la fama se vengaría de él, y que si por el contrario no se comía un rosco en la vida, echaría tierra sobre el asunto.

CAPÍTULO 75
Frank se levantó temprano y lo supo por la hora. Tenía la idea clara. Había previsto ir al mercadillo a por una guitarra.
Si llego tarde –pensó- quizás pierda alguna oportunidad; en cambio si voy en cuanto lo instalen tal vez encuentre todos los artículos sin que se hayan vendido.

Cogió el metro, vacío aún, y se ensoño durante el trayecto, admirando estación tras estación a aquellos tipos que tocaban sus instrumentos con un sombrero a sus pies. ¡Oh, señor, qué maravilla!. Algún día Frank Zappa llegaría a ser como ellos. Ya podía ver su nombre luminoso de neón en las principales paradas del subterráneo, o escrito con esprais fosforescentes por los más acreditados grafiteros de California.
Vendrían incluso autobuses llenos de jubilados de Baltimore a verle actuar y a echar monedas en la funda de su guitarra. Todos los empleados del Metro le saludarían con respeto., querrían una foto dedicada, le pedirían autógrafos y no sé cuántas cosas más. Todos los noveles solicitarían su consejo para abrirse un hueco en ese mundo elitista gobernado por él.
No descartaba hacer algunas galas por los suburbanos de otras ciudades importantes. Se veía improvisando solos ultraterrenales con su ampli de 100 vatios musicales y su equipazo de pedales, fuzz, eco, wah wah... ¡Dios santo, qué grande iba a ser eso.!
Estaba convencido de llegar muy muy muy lejos.


De momento el encantamiento le estaba llevando doce paradas más lejos de la que convenía. Cuando despertó tuvo que bajar corriendo a meterse en el tren de vuelta.
Una horita perdida para allá y otra para acá, el caso es que cuando por fin llegó al mercadillo, estaba abarrotado de gente y lo que pudiera haber habido de bueno ya se había esfumado.
Frank se tiraba de los pelos. Miró, remiró y escrutó pormenorizadamente cuantos tenderetes quedaban con género expuesto, pero no hubo suerte. Sólo chatarra, una bandurria, un banjo, unos bongos sin parche, unas flautas oxidadas y una cajita de púas.

Ya se iba cabizbajo con la nariz húmeda.
Una sequedad mortal le emergía por la nuez del cuello. Pólvora en la garganta. Ganas de morir, de sucumbir, de abandonar el mundo, de suicidarse él mismo con sus propias manos. Nada le parecía suficiente para purgar su imperdonable negligencia. Quería que le estallase el corazón, que se le fundiera la cabeza, que le dieran tirones musculares y le cogieran calambres. Frank hubiese deseado toser.

Se sentó en la acera y cuando estaba a punto de golpearse las espinillas con un canto rodado, una voz le sobresaltó murmurando a su oído.
-Chico, tengo lo que buscas: maría, coca, jaco, anfetas, peyote...
Frank no conocía esas sustancias. No sé qué dice este tío, pensó.
-¡Yo lo que quiero es una puta guitarra.!- Gritó cabreadísimo.
-Tranqui, nene, que yo tengo de todo y bueno. Ven conmigo, anda. Sólo hay que saber buscar.- Le contestó el desconocido.

Lo levantó del brazo y se lo llevó con él. Doblaron dos esquinas que daban a dos calles y dos rectas que daban contra la pared. En una de éstas abrió una vieja puerta de persiana, encendió una bombilla de cuarenta que justo se alumbraba ella misma y poco más, y allí se pudo adivinar un trastero lleno de objetos diversos y docenas de cajas apiladas de forma anárquica.
El tipo levantó alguna de ellas, abrió, miró, desechó, fue a por otras, se cabreó, blasfemó con dudoso gusto, continuó probando suerte, y al cabo tuvo éxito.

Llevó bajo la bombilla una maleta guitarromorfa que rebozada en polvo se adivinaba de cuadritos verdes y azules cual ropa de mantel. Frank se apresuró a abrirla y en ese instante comprendió cómo debió sentirse aquella mítica Bernardette cuando apareció ante ella la Virgen del Pilar. Era una guitarra, lo del interior era una verdadera guitarra eléctrica, “su” guitarra.
El trapichero le pidió nada menos que 86 dólares. Frank vació sus calcetines y reunió 7 billetes de 10 dólares, dos de 5 y uno de 8. Ese granuja le dijo que no llevaba cambio y le apañó las vueltas con un poquillo de droga, asegurándole que todos los que tocaban la guitarra eléctrica lo hacían metiéndose algo, ya que de otra manera jamás podrían lograr esos vertiginosos punteos.
Frank aceptó y se fue más contento que un par de pies con zapatos nuevos.

Fin del capítulo.
(Parece que tiene visos de continuidad por el momento.)


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