domingo, noviembre 23, 2014

 

--OCHO PETARDOS DOMINICALES--

-LA LEY DE LIGHTER-

El otro día sufrí un desvanecimiento y por un instante creí que me moría. Supongo que sería debido a algún desajuste en la presión arterial, una bajada, una subida, o tal vez estaba tan correcta que se vio afectada por un exceso de equilibrio. (Que una cosa vaya demasiado bien tampoco puede ser bueno). Así que busqué un experto en medicina que supiera de tránsitos finales y que entendiera realmente de muertes.

-Buenas, ¿es usted un especialista en muerte fiable, o acaba de terminar la carrera hace dos días y sólo ha visto morir a muñecos de látex?

-Caballero, soy doctor ortodontólogo titulado. Me gradué en Tanganica por correo certificado -véalo en el marco ese de la pared-, opero a diario a pacientes de cualquier patología, vascular, muscular, ósea, coronaria, pulmonar, intestinal, neurótica, pancreática, hepatico-renal, urológica.., hago todo tipo de trasplantes, cirugía vascular, ofltalmológica, capilar.., tengo fijo el turno de noche en las urgencias de tres hospitales y certifico carnets de conducir y licencias de caza, con lo cual se me mueren cada día entre veinte y treinta personas. ¿Le parece insuficiente mi experiencia en este campo?

-¡Buff, Qué va! Me parece abrumador. Es usted una evidencia.

-En efecto.

-Vale. Pues verá: El otro día me desmayé un poco y creí que me moría. Pero al no haber muerto nunca, no supe si era o no era. Y ese es el tema, si me pasara otra vez, ¿cómo puede saber uno si se está muriendo de verdad o es una falsa alarma? Porque la gente decimos muy alegremente "ay, pensé que me moría" y cosas así,  pero no tenemos con qué comparar esa sensación, nos faltan datos y conocimiento para distinguir si eso es como morirse o no.

-Ya.

-¿Me entiende, doctor?

-Sí, claro.

-¡Pues, coño, conteste!

-Mire, la prueba más admitida y respetada por la ciencia para distinguir entre muerte y desmayo es la de la Ley de Escalas Lumínicas -o Ley de Lighter, ya que la desarrolló el neurólogo Edison Lumiere- que determina la proporcionalidad de los síntomas. 
O sea, por ejemplo, un balazo en un dedo duele menos que uno en una rodilla y uno en la rodilla menos que uno en un ojo. 
Es decir, para saber si lo que nos ocurre es que nos  morimos o no, deberemos atender al tamaño y dimensión del síntoma, con lo cual si todo moribundo ve una luz cegadora al final de un túnel, todo desmayado o mareado, justo en el trance de perder la consciencia debería ver una lucecilla al final de un tubo. 
Para que le resulte más gráfico: imagine la llama de una vela vista a través del canuto de cartón que lleva el papel higiénico. Pues algo así debería ver, ya que un desvanecimiento es mucho más pequeño que una muerte. Pura lógica, ¿no le parece?

-Gracias, es usted una excedencia.

-Claro.
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domingo, noviembre 16, 2014

 

--LA HISTORIETA DOMINICAL--






jueves, noviembre 13, 2014

 

--FOTINGUER ZETA--










miércoles, noviembre 05, 2014

 

--EL SEXÓLOGO EN CASA--


martes, noviembre 04, 2014

 

--UN POCO DE RIGOR--


__HOMENAJE AL CIUDADANO ANÓNIMO__

Hoy, martes 4 de noviembre, si no hubiese muerto, cumpliría 128 años Don Pedro Antonio G. F., un auténtico ciudadano anónimo.
Escurridizo, pusilánime y mediocre, jamás realizó nada digno de mención, ni de sus acciones se desprendió consecuencia que tuviera el menor relieve. 
El equipo de investigación que se ha encargado de elaborar la presente nota, ha podido constatar que ni sus propios descendientes, primos, sobrinos, etc. recuerdan a Pedro Antonio. 
Resulta asimismo enormemente revelador que aquellas fotografías y retratos en los que aparece, su rostro esté siempre tapado por algo, una rama, una cortina, una sombra, un contraluz, un individuo más alto que él… con lo cual la veracidad de su anonimato nos resulta inequívoca y fuera de toda sospecha.
En los diferentes archivos y registros municipales consultados se llega incluso a dudar de si se llamaba así realmente, debido a los pocos y confusos datos que de él se disponen.
Pedro Antonio G. F., es pues paradigma de ciudadano anónimo. Y de ahí que consideremos oportuno y justo rendirle este merecidísimo homenaje.
¿Cuántas veces no se nombra y ensalza a tal o cual "ciudadano anónimo" al que en realidad, si hacemos cuentas, conoce un montón de gente?
Ya basta de calificar de ciudadanos anónimos a personas que tienen amigos, parientes, vecinos y compañeros a docenas.
Don Pedro Antonio G. F., un ejemplo para todos.



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