sábado, mayo 29, 2010

 

--PESADILLA AL GUSTO--

Nada peor que soñar con que se tiene una pesadilla. A mí me pasa. Se acaba y vuelve a empezar. Una y otra vez. Es la pesadilla que se muerde la cola. La primera noche que me atacó ese infernal bucle, lo que me dejó helado fue la oscuridad. Una oscuridad absoluta. Sin destellitos ni nada, no como cuando te presionas el ojo con la yema del dígito. Una oscuridad realmente negra. Una oscuridad como no se ha visto nunca. Y se repetía, ya digo, como me repito yo. Los borrachos se repiten. Nos repetimos, vaya. Forma parte del personaje. Luego, apareciendo de esa oscuridad, unas manos enormes y bastas me sujetaban las extremidades inferiores. Llevaban una  especie de artilugio punzante. Querían tatuarme algo en las piernas. Qué inutilidad: si las piernas ya me venían rotuladas de nacimiento.
¿Vamos a comer a un chino?
No, que no tengo hambre.
¿Vamos a comer a un hindú?
No, que no tengo hambre.
¿Vamos a comer a un italiano?
No, que no tengo hambre.
¿Pero nada, nada, de hambre?
No, ni pizca.
Pues entonces vamos a comer a un etíope.
Buena idea.
Allá donde el burgués ve una barra de pan, el paria ve un bocadillo de miga. Si tuviese un bar lo llamaría “El Rincón de la Esquina”  aunque las esquinas son de carácter más abierto que los rincones. Es así. La pesadilla se repite sin cesar. Es la pesadilla madre. La que se apodera del resto de mis sueños y los encapucha. Una mujer muy guapa llega a mi boda con un vestido plata escotado por la parte de arriba de las tetas. Tiene unas tetas como limones. Limones del tamaño de sandías. Y de repente se cruza con otra mujer y rompe a llorar. Llevan el mismo vestido. Qué putada, dios cabrón. Se difumina la ceremonia ante mis ojos porque nadie quiere casarse conmigo por segunda vez. Un día iré a un programa de esos de la tele para que nos hagan la prueba del ADN a mi mujer y a mí. A ver  si es cierto que somos familia. Que yo me casé bastante trompa y nunca se sabe. ¡Mierda! Ahora entiendo por qué me entran ganas de llorar cada día en cuanto piso la fábrica: ¡todos llevamos el mismo vestido! No cultivo mucho los rituales sociales. Y cuando lo tengo que hacer, es por la fuerza, a contraescama. Odio bajarme los pantalones como señal de amistad. Y eso que a fin de cuentas todos somos células. Yo mismo soy la gran colonia de células que me conforma. Y cada uno debe conformarse con lo que tiene, me dijo el jefe.
¿Y si uno es polifacético?
¿Cómo de polifacético?
Barbaridad.
Ah.
Tan polifacético que cuesta de distinguir aun cuando está solo.
Las manos que pretendían tatuarme, me sacan unas fotos. El flash me deslumbra, hechos los ojos a tanto negro. En un calendario marca el diez de marzo. Me enseña las fotos reveladas. Las miro y estoy en ellas. Hasta aquí todo normal. Pero pasa un día. El calendario dice once de marzo. Vuelvo a mirar las fotos y me emociono un poco. Las fotos antiguas siempre remueven el cocido de las nostalgias.
Pero si eran de ayer.
Bueno, cada cual tiene su noción del tiempo.
Hombre...
Si no te gusta, sueña tú.




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