martes, abril 05, 2016

 

-- ZIRI Y LA LEYENDA DEL MUCHACHO RENOMBRADO--


__LA LEYENDA DEL MUCHACHO RENOMBRADO__
En el seno de una familia burgalesa, hubo una vez dos hermanos medievales llamados Domingo y Ernesto, a los que una mala estrella quiso enponzoñar.
Ernesto siempre tuvo envidia de su hermano. Le reconcomía la sangre que llevase con satisfacción un nombre tan alegre y festivo, mientras él tenía uno que no significaba nada para la gente, ni transmitía emociones a nadie, ni evocaba inspiración alguna; un nombre de una oquedad infinita, carente de sustancia y contenido.
Domingo, radiante. Ernesto, irrelevante. Eso pensaba este último de ambos nombres mientras el odio fratricida ganaba volumen en sus entrañas.
Y los padres, cómo no, se fueron percatando de ello y comenzaron a preocuparse. Sobre todo cuando pillaron a Ernesto buscando entre los feriantes y mercaderes algún puesto donde se pudiesen adquirir quijadas de asno.
El marido y la mujer -padre y madre respectivamente de los dos hijos-, temían cada vez con mayor intensidad que un día a Ernesto le cegase la ira y cometiese alguna atrocidad en la persona de su hermano.
Eran la luz y las tinieblas, el cielo y el infierno, la calma y el tembleque. Y ante esa creciente inquina, llegó un momento en que tal fue la angustia del pobre matrimonio, que por las noches se turnaban en guardias para vigilar a Ernesto en todo momento.
Pero aquello era un sinvivir, una tortura. Los padres amaban por igual a sus dos criaturas y eso les hacía sufrir lo inenarrable.
A cada palabra amable de Domingo, replicaba una grosería de Ernesto, a cada inocente comentario, una agresiva pulla, a cada halago, un reproche y a cada gesto de empatía, un dardo envenenado.
El ambiente se hacía cada vez más y más insoportable. La crispación se adueñaba de sus vidas. Tan así, que los infortunados progenitores decidieron consultar a ese sabio universal llamado Ziri, para que les socorriese.
Ziri, tras escuchar con extrema atención el relato y hacérselo repetir por si las moscas, meditó unos instantes y encontró el remedio.
Les ordenó que fuesen corriendo a pedir cita al juzgado para tramitar el cambio de nombre del problemático muchacho.
Según Ziri, la vileza había germinado en él porque se consideraba víctima de un agravio comparativo con su hermano. Domingo era sinónimo de fiesta, de santidad, de reposo y de un sinfín de conceptos positivos, en cambio Ernesto ¿qué significaba, qué inspiraba?
Ahí radicaba el problema. Había que restañar esa herida bautismal que se le infirió al niño nada más ponerle el nombre.
Y bueno, en resumidas cuentas, la cosa es que al final todo salió bien. Los padres fueron al juez a solicitar el cambio de nombre, y a partir de entonces la concordia reinó en aquel hogar de buenas gentes.
Y la solución era de lo más simple: tan sólo hizo falta añadir un par de letras para que el nombre despreciado por su portador, le proporcionara orgullo. Ahora se llamaba Viernesto. Y los viernes muchas veces hasta son mejores que los domingos.
FIN
(Huelga decir que Ziri con esto aumentó su fama y prestigio, como siempre)






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