Blas Deker.-- Caras B y Rarezas.

Mi señora y yo estamos siendo víctimas de un problema nuevo que es producto de la edad. Ya todos los amigos, parientes y conocidos con los que nos relacionamos tienen nietos. Todos menos nosotros. Con lo cual cada vez que salimos a tomar algo o coincidimos con cualquiera de ellos, siempre hay una buena parte de la conversación dedicada lógicamente a las evoluciones de sus nietos: Que si mira qué cosas dice Martita con sólo tres años..., que si Iker ya está en el alevín y regatea que te cagas..., que si a Riqui, el pequeño, le ha dado por cantar y está en un coro, y en cambio a Iván lo que le gusta son las matemáticas, que saca el tío unas notazas..., que si a Julita le encantan los animales y dice que será veterinaria..., en fin, lo normal, que todos son muy guapos, muy listos, muy hábiles y muy creativos. 

Y, claro, mi señora y yo cuando surgen esos temas, nos sentimos cada vez más desplazados y vacíos viendo cómo todos los demás disfrutan orgullosos contando las maravillas de sus nietos. Así que tras salir tristísimos de la cena familiar de nochebuena, empezamos a preguntarnos cómo podríamos resolver este asunto que nos estaba conduciendo a las puertas de la depresión. Y en vistas de que nosotros no seríamos abuelos jamás porque al hijo que tenemos no le da la gana reproducirse, tras darle mil vueltas se nos ocurrió finalmente la idea de montarnos un nieto imaginario.

Y eso hemos hecho. Lo echamos a suertes lanzando una moneda al aire y salió niño. Para el nombre tiramos un dardo a un calendario y fue a parar al día de San Remigio. Pero como nos encanta reírnos y nos pareció un nombre demasiado serio, se lo ampliamos un poco y le pusimos Remigiomierda, que es muchísimo más gracioso. Ah, y debe tener sobre cuatro o cinco años más o menos.

Y ya está. Ahora sólo queda ir inventándonos cosas sobre él para cuando hagamos vida social: que si es el más listo de la clase, que si va a Judo y es cinturón negro, que si sabe tres idiomas, que si está loquito con nosotros...

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Juanito y Pilarín eran padres adoptados. Se conocieron de bebés en un orfanato para niños huérfanos y allí estuvieron juntos hasta que tuvieron siete y nueve años respectivamente y fueron adoptados por familias distintas. Por suerte no los cambiaron de escuela y pudieron continuar siendo los amigos más felices del mundo, hasta que una vez acabado el instituto, en el baile de fin de curso, se declararon su amor, su maravilloso, profundo e inevitable amor y se pidieron matrimonio, casándose en cuanto pudieron. 

Él estudió mecánica y se ganaba bastante bien la vida en un taller. Y ella se formó como educadora social y daba cursos para el ayuntamiento, con lo cual todo les sonreía y la felicidad  lejos de menguar con el paso del tiempo, aumentaba. Y naturalmente, tanto amor se tradujo en la llegada de un precioso niño, su hijito Miguelín.

Y ocurrió que una noche en el sofá después de cenar, se pusieron a reflexionar sobre cómo les había ido de estupendamente bien la vida y sobre qué podría ser lo mejor para el futuro de su bebé, ya que unos buenos padres deben hacer siempre lo que sea mejor para sus hijos. De modo que esa misma noche, ya bastante tarde, cuando acabaron de ver la serie, cogieron un canastillo, metieron en él a Miguelín, se fueron en coche hasta el orfanato y sigilosamente lo dejaron en la puerta y se largaron para su casa a toda leche asegurándose de que no los había visto nadie.

FIN

# posted by Blas Deker @ 12:12 p. m. 0 comments

Armandito Lafoyette padecía un trastorno de personalidad múltiple. Lo bueno es que era consciente de ello. Por eso cuando tenía dudas sobre cómo afrontar una situación difícil, se preguntaba: ¿Si yo fuera yo, qué haría?

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