sábado, noviembre 21, 2009

 

-ESTO......-



Todo lo que digo, todo lo que escribo, ya lo habrá escrito antes alguien. Y estará seguramente en algún libro que no he leído.
(No entiendo cómo se lo monta todo el mundo para conseguir plagiarme con tanta antelación)
El perro plebeyo y el gato patricio. Mira: uno de los dos es estúpido, y el otro también pero con diplomatura y másters.
Yo pertenezco claramente a una de las dos clases. Sé que ya he visto a las agujas del reloj en todas las posiciones posibles un millón de veces. Sé que en una carrera de idiotas la llegada sería en masa y se tendría que decidir mirando con lupa la fotofinish.
El cazador iba al jabalí, pero le dio a la encina.
El árbol, herido, entró en coma de inmediato, y al cabo quedó vegetal perdido.
El perro y el gato se parecen mucho, son como una mesa o como una silla pero con cabeza, igual que los martillos; vaya, también se parecen a los martillos salvo en el número de patas. Las cabezas de los martillos a diferencia de las de los perros y los gatos, no tienen pelo. Es lo único.., por lo demás...
Nadie diría que una mesa o una silla son muy distintos de un martillo.
Si tuviesen pelo las mesas o las sillas aún se parecerían más a los perros y los gatos, y si los martillos tuvieran cuatro mangos sería ya la hostia.
Ni el más agudo de los analistas encontraría la diferencia entre un martillo y un gato o entre una mesa y un perro.
La diferencia entre lo que digas tú y lo que diga un sabio, es que él se te adelantó un poquito. Bueno, también está el pequeño detalle de que a él le acompañan aplausos y a ti indiferencia. Pero ningún sabio es tan sabio como para perderse la carrera y llegar en el pelotón.
El cazador iba al jabalí, pero le estalló el arma.
Su brazo de inmediato cayó al suelo y además de quedar en coma se le dislocó la muñeca, que ya es desgracia, pero no merecía poesías sino lástimas y ambulancia.
Fui a verle al hospital y le llevé un ramo de mierdas de jabalí para que le hiciera bonito en la mesilla. Y en la cama de al lado convalecían a su vez un perro y un gato, que tuvieron pelea por ver quien era más tonto.
Tampoco lo entiendo. Si a fin de cuentas son casi iguales: tanto al perro como al gato les intenta huir del cuerpo la columna vertebral a través del rabo.

domingo, noviembre 01, 2009

 

-EL DIFUNTO HAROLD-

Cuenta la leyenda, que una noche a los niños de la aldea montañesa se les apareció Harold W., un hombre lóbrego y lúgubre, que si no estaba muerto, al menos parecía gozar de ninguna salud.
Ese cadáver venido del otro lado de la vida, no pretendía hacer el mal, sino obsequiar a la chiquillería con calabazas rellenas de calabaza previamente ahuecadas para poder pracitarles unos orificios simulando una cara y así colocarles una vela dentro y obtener un resultado simpático a la par que fantasmagórico. También les regalaba envoltorios de papel rellenos con caramelos y castañas asadas al bastante calor.
Los niños al verlo se acojonaron del susto y lloraron conjuntamente.
En el valle se oyó resonar el plañido de una forma impresionante. Cada montaña devolvía con efecto rebote el eco sobrecogedor de los niñatos y su llanto. La naturaleza hizo las veces de colosal megáfono y sus ondas lastimeras llegaron a traspasar la cordillera pirenaica hasta el lado del francés.
Allí las tropas napoleónicas que se disponían a invadir Cataluña, se quedaron aterradas de miedo escuchando aquello.
También debemos apuntar que había uno de los niños, Bruch T., que gritaba en un timbre especialmente agudo y que no contento con eso, también tocaba un tamboril para acompañarse. Era un criajo de tendencias performers.
Y, bueno, el caso es que las tropas francesas huyeron despavoridas hacia París sufriendo varios infartos.
Cuando días más tarde en la aldea se conoció la noticia, los pueblerinos se pusieron muy contentos y fueron condecorados a título póstumo por Su Excelentísima Majestad Don Juan José Ordoño García, Rey de España y Quinto de Alemania; primo de los Ausburgo de Austria; concuñado del Rey Segundo I de Grecia; Gran Visir en funciones, con carácter interino, del Océano Índico; amigo íntimo, uña y carne, del Príncipe de Bulgaria-Sofía; y aliado natural de Ivan Penko, Condeduque, si no de todas las Rusias, de la mayor parte de ellas.

Al final, que es lo que cuenta, al cadáver de Harold W. se le agasajó con suficiencia y se le dieron las pertinentes muestras de gratitud por ser el auténtico artífice de la histórica gesta.
Y a partir de ahí, ya saben, cada año vuelve a aparecer en la misma fecha para conmemorar la derrota de Napoleón.
Por eso aún hoy, en todo el mundo civilizado seguimos celebrando la noche de Harold Wins.



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