sábado, agosto 27, 2011

 

--NO LEER CON LA LUZ APAGADA--



TERROR

Ninno Gabardino era un hombre elegante y noble y educado y varias cosas más. Estaba casado con Cristina Ronardi y tenía un hijo cuyos dedos de los pies eran todos de distinto tamaño salvo el pequeño que era como los demás. Tenía un palacete en Venecia y un apartamento de lujo en la quinta avenida de Nueva York, esquina con la cuarta de Boston. Llevaba doble vida, por lo que habría de morirse dos veces para morirse. 

A su mujer de Nueva York, al sexto año de casados, le empezó a extrañar que volviera tan tarde algunas noches. Era cuando iba a Venecia a ver a su otra esposa, con la que tenía un hijo sin pies ni cabeza, un niño loco que no comprendía por qué sus dedos eran tan singulares y sus convicciones humanas tan plurales. 
Un día el ama de llaves de la mansión a la que antes hemos llamado palacete, salió de entre las sombras y dio un susto muy grande al hijo de Ninno. 
Aquella vieja mujer era siniestra. Vestía de luto desde que su marido, un soldado de la División Panzer Stratocaster, murió en el frente de Guadalcanal en el 46. Era un espía de las fuerzas americanas infiltrado en las filas germanas del bando alemán. Fue descubierto y felicitado por sus superiores con un tiro en la nuca en plena batalla. Morir en el frente pero por la espalda era algo que el ama de llaves no llegó a comprender jamás. Ni que le pusieran una medalla póstuma cuando ya estaba muerto. Por eso vivía agriada y gustaba de salir de las penumbras para asustar a la familia Gabardino.  Eso era al menos lo que la trastornada señora aseguraba.
La mujer de Nueva York se llamaba Rosseanne Flaminaire y era nieta de Vincent Burner, el magnate de los encendedores de gas asesinado por pistoleros en los turbulentos años de la ley seca. Se culpó en principio a la Organización de Fabricantes de Cerillas porque acabó con la industria fosforera pero la acusación no pudo probarlo. Rosseanne deseaba con toda su alma tener un hijo, ya que llevaba embarazada casi tres años. Y también sospechaba que su marido ocultaba algo, ya que Ninno cuando regresaba de Venecia olía a humedad y verdín.
Un día ella le encontró en el bolsillo de la chaqueta la foto del pie de un niño con los dedos digamos difíciles de mirar. Entonces cayó en la cuenta de que jamás le había visto los pies a su marido. Dormía y se bañaba con calcetines gruesos siempre. Él argumentaba que enseguida se le destemplaba el cuerpo si cogía frío por los pies y por eso le gustaba llevarlos en todo momento bien abrigados. 
Cristina Ronardi era una mujer hermosa, de limpias y bien torneadas formas, de delicados rasgos, de ojos profundos y cálidos, de proporciones ideales, de bella anatomía, de armónicos movimientos, grácil como un hada, ideal, perfecta, y además tenía unas tetas y un culo increíbles. 
Rosseanne, también era muy guapa, alta, voluptuosa, sensual, de piel levemente tostada con retrogusto a frutas del bosque y un punto de regaliz, suave en boca y equilibrada, con la acidez justa y cuerpo redondo, sin aristas, destacándose la crianza en roble y apreciando en nariz ciertas notas florales. Rosseanne era organoléptica. Por eso Ninno la llevó corriendo a un hospital y la tuvo allí hasta que le dieron el alta.
El ama de llaves mentía con respecto a su marido. Nunca estuvo en ninguna guerra. Era un hombre zafio y con muy poca formación. Tenía un tercio de páncreas y medio hígado, un brazo le llegaba por la cadera y el otro ni siquiera eso, las piernas se acababan en las rodillas y tenía la frente por debajo de los ojos. La falta de formación hacía que la vieja lacaya - cuyo nombre era Floreen- se avergonzase de él y lo tuviera escondido en una cabaña en medio del lago Michigan, en pleno territorio Kiowa. Allí le llevaba una escudilla de lentejas y una miga de pan todos los jueves. El agua la bebía del lago, sólo tenía que agacharse.
Tuvieron dos hijos, no se sabe cómo. Uno niño y uno de otro género, seguramente niña. Bruce, el niño, murió antes de cumplir el año y medio al intentar besar a su padre. Woltor -que así se llamaba el desdichado hombre- no sabía qué era una muestra de cariño al no haber conocido ninguna y pensó que el bebé pretendía atacarle.  La niña, más aguda, traviesa y lince, jamás se acercó siquiera un metro a su progenitor. La bautizaron con el nombre de Violeen, para ver si eso la predisponía hacia la música o las artes, pero ella mostró de bien pequeña que sus orientaciones naturales eran otras muy distintas. A los tres años manejaba el hacha con inusitada destreza, a los cuatro fumaba puros y a los seis se casó con un chico algunos meses menor que ella. Se fueron a vivir al desierto de Sonora y tienen un rancho de lagartos, escorpiones y serpientes de cascabel.
Rosseanne vio entrar a su marido al cuarto. Él pensaba que estaba dormida, pues era muy tarde. Ella se dio la vuelta y le dijo gravemente que confesara, que le explicase qué estaba pasando.
Ninno, agachó la cerviz y musitó que llevaba una doble vida, que tenía otra esposa en Venecia, esquina con la cuarta, y que el ama de llaves era una embustera patológica, que en realidad era su propia madre.
Ella le dijo que no liase los temas y fuera al grano. Ninno dijo que sí, que pensaba divorciarse de Cristina en cuanto tuviese el divorcio, y que pensaba contárselo todo cuando estuviesen listos los papeles y hubiera rescatado a su padre, que estaba en la cárcel por colaboración con los nazis y por ser descubierto como agente doble, pues además de pasar información a Hitler, jugaba como ala pívot en los Atlanta Panzers de la Conferencia Oeste.
Rosseanne a la mañana siguiente y antes de que su marido despertase, tomó un vuelo a Venecia y se fue a ver a Cristina. Tuvo suerte de encontrar plaza en el hidroavión sin haber reservado billete previamente. Y en unas pocas horas, bastantes, aterrizaba en el agua de un canal veneciano. 
Se fue al palacete y cuando lo tuvo delante encendió un puro y subió las escaleras. Una vez dentro del lujosos edificio, abrió la funda de un violín que llevaba al hombro, sacó el hacha que ocultaba en su interior y sonrió siniestra entornando los ojos. 


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