martes, septiembre 18, 2012

 

--REDES--


--LA HISTORIA DE LOS CHIRIMOIAS CONTADA POR--

Antes de que fueran extinguidas por los pistoleros, las tribus de los chiricawas y los sequoyas se unificaron dando como resultado al pueblo chirimoia. La cultura de los indios chirimoias, como cualquier otra, se fraguó en torno a una religión, pero a diferencia de las demás, ésta sólo se sustentaba en unas setenta u ochenta mil supersticiones, siendo eso lo más cerca de la razón que ha estado jamás el ser humano.
Los chiricawas y los sequoyas inicialmente pensaron llevar a cabo su proceso de mestizaje por fotosíntesis, mas al final terminaron follando, aunque les pareciera el método más chabacano y grosero de relación interpersonal.   
Por herencia pues, los chirimoias eran capaces de generar clorofila poniéndose al sol pintados de verde, y también podían extraer humo del fuego con sólo echarle un poco de agua. Dominaban, en fin, la naturaleza y mostraban gran interés por las ciencias o la astronomía. Eran un pueblo súper organizado. Tenían miles de plantas clasificadas perfectamente por colores: de la más clara a la más oscura, separadas por gamas: colores fríos a un lado, colores cálidos al otro, incoloras en el medio. Posteriormente se les buscaba un uso recreativo o terapéutico. 
Y le habían puesto nombre a todos los astros del cielo: planeta uno, planeta dos, planeta tres, planeta cuatro.., estrella uno, estrella dos, estrella tres.., asteroide uno, etc.
Por lo regular fueron pacíficos y se entendían bien con los demás pueblos de América. Únicamente se les conoce un enfrentamiento con los indios del río Paraná, pero es que los paranoyas no se llevaban bien con nadie. 
Se conoce que una tarde dos brujos chirimoias fueron a buscar plantas de ribera y llegaron al Paraná. Allí escarbaban y charlaban alegremente cuando en un momento dado, comentando la forma cilíndrica de un tubérculo, se rieron un poco. Inmediatamente fueron cosidos a cerbatanazos por los paranoyas que les estaban vigilando ocultos en los matorrales.  El jefe de los chirimoias, Gran Ala de Perro, envío una enérgica carta de protesta y cerró la embajada.

Los chirimoias se sabían naturaleza, eran naturaleza, y se sentían tan apegados que cuando se abrazaban por ejemplo a algún árbol especialmente resinoso, costaba dios y ayuda separarlos de ella. 
Respetaban la vida en cualquier forma. Así pues cuando un anófeles les estaba picando, en vez de darle un manotazo y aplastarlo, lo acariciaban, le ponían nombre y lo dibujaban en un cuaderno abriéndole una ficha para su posterior estudio.  
Los indios chirimoias no mataban animales. Normalmente se alimentaban de plantas, raíces y frutos, tanto silvestres como cultivados en pequeñas parcelas de terreno. Para ellos la vida era un círculo perfecto y nada debía romper esa armonía. Todo debía retroalimentarse, todo debía empezar y acabar en el mismo sitio: las hojas caen, se pudren y regresan al árbol de nuevo como nutrientes desde la húmeda tierra. Por eso no era extraño verles a todos cagando en el huerto.

Eso sí, si algún ser vivo había dejado de serlo, es decir, cuando se encontraban un animal fallecido por ahí, accidentalmente, ellos lo asaban y se lo comían también accidentalmente. Si ya estaba muerto, por qué malemplearlo dejándolo perder a lo tonto. 
Era un pueblo sabio, tanto que el sabio más sabio de la tribu un día dijo: No sé por qué despreciamos a los imbéciles, cuando todos lo somos, porque no tenemos contentos a los dioses y porque ofendemos a la montaña sagrada. 

A finales del siglo IXX los indios chirimoias fueron expulsados de su tierra por una multinacional maderera y confinados en una reserva del 96.  Incapaces de adaptarse al ritmo de vida de los casinos y marginados del mundo por comerse los perros y gatos de las carreteras, desaparecieron definitivamente allá por la primera o segunda década del siglo XX. Quedan en las hemerotecas algunas fotos de estos individuos posando como muñecos para los turistas y exploradores de la época. 
Los chirimoias, una cultura de puta madre, no como los mierdas esos de la Atlántida.

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