domingo, junio 27, 2010

 

--SARAMAGO CONTRA EL OLIMPO--

Hay una luz, sólo un pequeña luz en la mesita rinconera, entre el sofá y el butacón, con menos candelas que la punta de un cigarrillo; luego también está el televisor, incendiando a fogonazos la estancia, como un faro epiléptico cuya misión fuera conducir navíos al escollo. Los arrecifes están llenos de neuronas, hechas trizas y comidas de algas.
En el reloj del mueble va y se refleja -también es capricho- la mísera lamparilla, lo que me impide ver qué horas marcan las saetas. De todos modos el tiempo pasa, dando igual si lo veo o no.
Será tarde. Estoy solo. Ya duermen todos. Voy un momento al lavabo.

Cuando vuelvo de mear, ya se me han pasado las tentaciones literarias –menos mal- y me viene a la cabeza Saramago, las cosas que he leído sobre él en los últimos días, con su muerte fresca.  Y no falta, ni mucho menos, quien lo considera una vergüenza de tío.
Yo -ahora me doy cuenta- me he quedado de todos los calificativos que se le arrojan, con el concepto  de “vergüenza” porque sí lo asocio también a su figura. Es cierto que lo que escribió y dijo, es en numerosas ocasiones vergonzante. No puede ser que un hombre hecho, derecho, y supuestamente culto, hable de que dios es un invento, o que las iglesias son montajes de poder; no puede ser que todo un Nobel  diga que el capital es sanguinario, que los pobres son manipulados, o pronuncie puerilidades como que son mejores los hombres buenos que los malos. En efecto, pues, yo también opino, tras haber leído varios de sus libros y haberle escuchado en diversas entrevistas, que Saramago decía unas tonterías absolutamente vergonzantes y unas perogrulladas colosales. (Tan así, que no me cuesta nada recurrir al chiste fácil de dudar si en realidad este señor no sería iluso en lugar de luso, o si en vez de opinar, inopiaba)

No obstante, no voy a ser tan limitado como aquellos que, o bien por su inmensa categoría intelectual, o bien por lo contrario, alegremente le han hecho objeto de los más feroces insultos y burlas.
Óigaseme bien: El mensaje de Saramago, y por tanto su discurso entero, es una vergüenza lamentable, sí. Pero yerra de raíz quien la vea sobre él y no sobre el mundo. Saramago escribía tonterías, pero no por tonto; señalaba obviedades, pero no por torpe; inventaba lo existente, pero no por senectud.
La vergüenza no está en Saramago, señores, sino en que aún hayan de decirse las cosas que él decía; la vergüenza está en los católicos, los judíos, los musulmanes, los hinduistas, etc. del siglo pasado y de éste; está en la banca, la bolsa, el parado, la patronal, el trabajador, el pijo, el poligonero, la política, la telemierda y la educación de ayer y hoy.

Por otra parte, los que se tienen a sí mismos como la creme de la creme, la élite de la cultura, la raza de los superleídos, los ultravanguardistas del conocimiento, etc.  y escupen con arrogante altura sobre el cadáver de Saramago, son en verdad bandera de una tristísima estupidez, ya que por lo visto no se han dado cuenta de algo muy simple: de que no escribía para ellos.
(La putada es que aquellos para quienes escribía, mayormente no lo han leído)
(Pero, bueno, eso suele pasar)
(El hombre lo intentó)
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VIENE DEL ARTÍCULO ANTERIOR



domingo, junio 13, 2010

 

--LAS FOTOS--

Las fotos ya no se amarillean ni nada, y si lo hicieren, es que debieres tocarle los colores a la pantalla del ordenador.
Cuando los abuelos (los míos, me refiero) las fotos (retratos, decían ellos) parecían antigüedades nada más enmarcarlas. Todo era viejo como de nacimiento. En las de comunión parecían las criaturitas ya preancianas, niños de cuarenta años; y a los cuarenta, juraría el espectador que llevaban muertos varios lustros al hacerles la fotografía.
Don Pío Baroja (hombre con nombre de voz pajaruna y apellido de naipes equivocados) presenta en una de sus obras a un caballero que habiendo enviudado, pretende a una mujer joven, y dice al respecto que no es buena cosa cuando varón viejo se enreda con muchacha, o algo equivalente. Lo cojonudo es que el viejo en cuestión es un hombre que está a punto de cumplir cincuenta tacos. (Debemos tener en cuenta que ese libro lo escribió en el año 11, esclaro)
Ahora las fotos no se verán amarillas, supongo, y podremos conservarlas durante la tira de tiempo con sólo irlas cambiando de formato a medida que el mercado tecnológico lance contra nuestros bolsillos sus nuevos productos.
A título personal, me permito una confesión:
Uno de mis deseos íntimos sería que cuando ya estuviesen cerca mis últimos días, se me hicieran unas fotitos para ficha policial. Por la emoción de ser trincado. Y por haber cometido un satisfactorio delito, uno de esos guapos, coño.







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