domingo, abril 22, 2007

 

--FRANK ZAPPA- 4--

Frank Zappa había aprendido pese a su juventud algunas lecciones de las que da la vida como mazazos lumbares, abdominales o similares. La vida es muy cruel con los que no respetan las normas, se decía Frank para sí mismo, confidencialmente y quemando luego el papel en que lo llevaba apuntado.
No pretendía llegar a la cumbre por un golpe de churro u oportunismo, con un pelotazo pasajero que al poco queda en un bluf. No quería ser el púgil que salta al ring y vence por knock out en el primer round frente a un sparring. Estaba resuelto a trabajárselo empezando desde abajo.
Era consciente de que antes de llegar a tocar en una buena parada de metro, se había de ir haciendo en pasadizos solitarios entre estaciones, lejos de las amplias y concurridas áreas próximas a entradas y salidas. Por eso mismo ahora el sensato Frank Zappa pasaba todo el tiempo que podía dando recitales en las cloacas.
Intentando no ser visto por ningún agente del orden, levantaba la tapa de una alcantarilla y allá que se metía con su nueva guitarra vieja. Estaba esperanzado. Notó que algunas ratas repetían al día siguiente y traían consigo a otras compañeras.
Soñaba que su primera grabación llevara por título “The Hamelin Guitarrist Frank Zappa and his Motherfucker” mientras iba practicando, cogiendo tablas y ejercitando su digitación siempre en calma soledad.
Siempre hasta que una noche se vio en la necesidad de huir para salvar su vida y la de su guitarra.

Aquello fue escalofriante. Ensayaba con normalidad, concentrado, embebido en su tarea. Llevaba varias horas intentando un complicado solo de blues con la uña del pulgar y lamentándose de tener solamente dos cuerdas, haciendo con la boca los sonidos que no podía cubrir con tan precario cordaje, cuando de repente el nivel del agua empezó a subir en una lenta ola. Frank se extrañó mucho y se quedó mirando el cauce de cemento cada vez más lleno. El nivel seguía aumentando y la ola acercándose. Frank descartaba la posibilidad de que allí abajo hubieran surferos entrenando, y más teniendo en cuenta que no se escuchaba ningún tema de los Beach Boys.
Se incorporó de pie, enfundo su guitarra y se retiró un poco con cautela, pero la ola iba hacia él y crecía por momentos. Aceleró el paso, y la ola también. Era como si alguien o algo la dirigiera. Entonces se asustó de veras. Corrió y corrió a toda mecha y no paró hasta dar alcance a la escalerilla metálica con el mentón. Ascendió por ella lo más veloz que pudo y desde el último escalón llegó a ver con el rabillo del ojo cómo emergía de aquel infecto fluido una masa de cetáceo sanguinario. Una orca asesina de veintemil dientes, en un salto cerró sus mandíbulas a escasos centímetros del pie derecho de Frank, volviendo a caer al curso de las aguas.

Frank cerró de golpe la alcantarilla sintiendo en sus fibras un cóctel de pánico y asombro.
Mientras se bajaba el susto y las pulsaciones dando un paseo, su pensamiento iba maldiciendo al caprichoso de mierda que en su día compró el bicho para el cumpleaños de su hijo cuando no era más que una graciosa carpita de colores y que luego meses después, al crecer el animal, se arrepintió del regalo y la botó por la taza del inodoro.
Fuera lo que fuese, Frank ya nunca volvió a la red de alcantarillado.

Tiempo después, exactamente cierto tiempo después dio comienzo un nuevo capítulo en la vida de Frank Zappa.


CAPÍTULO 609

Era un caluroso verano y por tanto las giras estivales inundaban toda la costa. Bandas de jazz, de blues, de músicas ligeras, etc, actuaban sin descanso turnándose en los locales del momento.
En éstas, Frank pudo colocarse como machaca en un grupo de rock´n´roll clásico.
El tipo que cantaba tenía muchas fans y el éxito le sonreía. Era muy guapo y se meneaba con gracia. Su enorme tupé, un monumental flequillazo engominado y tieso tal vez logrado con alquitranes, daba sombra a medio escenario. Se llamaba Elmer Preston y las revistas del ramo lo habían apodado “Elmer the Pelver”, que carece de significado inteligente, pero rima y es comercial.

Frank cargaba el camión del instrumental técnico, montaba el escenario, conectaba mazos de cables e incluso probaba antes que nadie el sonido.
A escondidas le pillaba la guitarra al músico titular y se liaba a hacer improvisaciones y a versionear los temillas del show.
Al primer intento lo normal es que hubiese conectado la mitad de los cables malamente, con lo cual el sonido igual salía por una vía que por dos o de pronto por ninguna, o se le acoplaban los micros chirriando, o crujían los graves como un trueno, etc. Pero eso era bueno porque Zappa de ese modo inconscientemente estaba dando a luz una nueva forma de expresar el rock.

Vivir a la sombra de Elmer constituía una manera muy difícil de poder salir a la superficie. Ese tipo iba de superestrella, era un puto niñato pijo.
Una noche cenando en el Ritz tosió e hizo llamar a un médico. Exigía los mondadientes de ébano tallado, se bañaba con Moet Chandon y cruzaba la avenida con su avión particular. Lo hacía aterrizar en el centro de la calle y entonces entraba por una puerta y salía por la otra.

Frank intentó en alguna ocasión mostrarle sus progresos en el dominio de la guitarra. Un día en el estudio de grabación aprovechó un descanso y se puso a tocar a su manera uno de los temas del repertorio de la gira. Elmer escuchó unos segundos, y desconectando el equipo le puso la mano en el hombro diciéndole:
-Muchacho, la vez en que a mi batidora se le rompieron las aspas escuché un sonido igualito. Y tampoco era posible bailarlo, así que olvídalo.

Frank se llevó tal revés que le quedaron hematomas en el alma, cicatrices en el espíritu, humos en el agua, polvos en el viento o turbulencias en el puente.
Ya en su ánimo zaherido estaban tomando forma bellos títulos de canciones futuras.

(Continuará aún, parece.)


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