martes, septiembre 27, 2005

 

ENSAYO SOBRE EL DINERO


El culto a las riquezas, las posesiones o el dinero en definitiva no es nada nuevo. Ya lo sabían Voltaire, Quevedo y el hijo de la portera.
Bien, pues aunque lo que voy a decir a partir de ahora se pueda considerar una ingenuidad, no lo es en absoluto.
¿Cómo es que ese culto no se abandona cuando se tiene formación, cultura y conocimientos?.
La razón históricamente ha alejado al hombre de los dioses y las supersticiones, pero no del dinero, o mejor dicho de su febril idolatría.
Cualquier persona razonable del primer mundo –sobre todo en Europa- acepta leyes que se conciban para proteger al conjunto social. Cinturón de seguridad, no fumar en hospitales, no llevar armas de fuego, casco en obras y motos, no encender hogueras en un bosque, legalizar escrituras de propiedad, etc. También acepta una policía, unas normas cívicas de convivencia y una tipificación de delitos. Es decir, la discriminación en legales o ilegales de ciertas conductas por las consecuencias perniciosas que éstas puedan acarrearle al resto de la ciudadanía.
Entonces la perplejidad se nos rebela con una simple pregunta: ¿Hay algo más pernicioso para el conjunto de una sociedad que la posibilidad de una riqueza sin límite.? (He dicho SIN LÍMITE.)
¿Por qué entendemos como lógico que esté prohibido conducir un automóvil a 250 km/h -ya que supone un peligro para los otros- y ni siquiera nos planteamos cómo es de dañino que alguien pueda tener bienes por valor de 300 millones de dólares, libras o euros.?
Se comprendería que un individuo estúpido y con carencias económicas se viera en ese patológico delirio, pero es más difícil de entender racionalmente que alguien inmensamente rico, pretenda ser aún más inmensamente rico.
Cuando una persona ya tiene dinero u otros capitales como para vivir 250 veces, ¿qué le hace seguir deseando más.? ¿El legado a sus descendientes? ¿El poder? No, esto lo argumentaría un palurdo, un yupi, una estrella del pop, un futbolista, un mafioso...
Una persona de formación intelectual alta no encontraría un argumento razonable a su ciega devoción. Simplemente es algo tan inexplicable como una fe: es un culto, una religión, una creencia.
Se ha creado un dogma para “inteligentes”. Un dogma para gentes que ya dejaron de creer en el dios sol y de besar amuletos.
Dios no ha muerto, como dijo aquel ilustre. Dios no es nada, pero ahí está comportándose como la dichosa energía, en constante transformación. Deja de ser un anciano de barbas blancas o un escuálido crucificado para transformarse en otra cosa: dinero.
Por dios se mató y murió en lejanos tiempos vestidos de túnica. Por dios se mata y muere en Wall Street con trajes de Armani.
El hombre culto quiere dinero y lo quiere a poder ser todo. El hombre leído de hoy sabe que no hay paraísos de ultratumba y hace lo que sea por conseguir su nirvana particular aquí, en la vida. Lo que ocurre es que cuando ya lo tiene, lo mira un rato y piensa: Voy a redecorarlo. Ahora me gustaría en tonos fucsia, con escalera de mármol y control remoto. Nunca es suficiente.

El sistema democrático está dormido en el congelador desde hace décadas.
Una vez que la historia derrumbó los falsos ensayos comunistas y mató el idealismo romántico, deberíamos ser pragmáticos y efectuar algunos cambios en la moral y en la ley que nos hemos dado.
Exigir un límite a la riqueza por el bien del conjunto. Nada se me antoja más razonable que eso.
Y sería una medida de pragmatismo en tanto que, sin llegar a un estado totalmente paternalista, propiciaría quizás un progresivo mayor reparto, lo que a su vez ayudaría a reducir gasto en partidas tan poco inteligentes como las de seguridad y de rebote en las del sistema penitenciario con todo lo que se deriva, sanidad, educación, etc.
También proporcionaría un impulso al sector social más bajo, ampliando las posibilidades de ese “buscarse la vida” que ahora se ve casi inalcanzable para una buena parte de la población. (Y ya sabemos también todo lo que se deriva de ello.)

Es posible crear una sociedad en la que un dentista o un notario obtengan X veces más ganancias que un albañil o un operario industrial; una sociedad en la que sigan habiendo, clases y clases, pero con un límite razonable y razonado.
Mucha violencia aflora de la enorme y ofensiva distancia entre un punto y el otro. Y como ya decía al principio, los excesos perniciosos en cualquier aspecto de la convivencia se han ido regulando acordes al progreso de las sociedades y el desarrollo de sus ciencias. Tendríamos que considerar de una vez por todas este extremo, el peor de todos. Nadie puede decirse ni ateo, ni racional, ni inteligente, si rinde culto al dinero en el siglo XXI. No hay excusas.

La gran pregunta es: ¿Usted que sin ser millonario vive dignamente y sin agobios, quiere más dinero.?

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