lunes, julio 16, 2007

 

--DE JÍRUOU--

En la gran metrópoli de Medina-Guad-Al-Asq, en árabe literalmente “la ciudad que da asco de verla” y actual Tortosa, que en números romanos quería decir “lugar en el que todo aquel que limpie, barra o retire la basura de las calles será inmediatamente ejecutado” la delincuencia de los años 80 dominaba la vida ciudadana.

A la orilla derecha del río, en un alto edificio de varias plantas sin regar, trabajaba con extrema vulgaridad, sin despertar sospechas, Anatolio Guzmán Olmos y nadie podía imaginar que fuese el superhéroe más completo del mundo.

Anatolio Guzmán Olmos tenía para sí el sobrenombre de “Absurdo Martínez.”
Mientras ejercía de agente de seguros, era el sencillo y apocado Anatolio, pero cuando salía de esa ordinaria vida, se convertía clandestinamente en Absurdo Martínez.
Como Anatolio era incapaz de hacer frente a un grillo, mas como Absurdo asumía una intrépida vida de lucha contra los pillastres.
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Anatolio estando una vez en un laboratorio de investigación genética con láser, radiaciones y hongos cultivados con suero humano, al que había ido para ver si le cerraba una póliza al director del centro, tuvo la mala fortuna de volcar con el codo una probeta que contenía unos enigmáticos productos altamente tóxicos. La intentó pillar al vuelo, pero sólo consiguió ponerse la camisa perdida y darle un torpe manotazo que la mandó contra una jaula de ratones experimentales.
Cuando metió la mano en la jaula para recuperarla, de debajo de uno de los roedores salió un ciempiés mutado bicéfalo y le picó dos veces en el mismo dedo. Él se llevó rápidamente el anular a la boca y escupió con repugnancia. El salivazo dio con dos bornes que había en un extraño panel y los comunicó. Entonces de una bombillita que estaba situada en el centro del artefacto se disparó un haz finísimo de luz turquesa y la cosa empezó a fundirse y a arder...

Bien, para no aburrir con detalles, el resumen es que en el edificio acabó por morir casi todo el mundo. Unos intoxicados por los gases del fluido de la probeta, otros por lanzamiento de ventana, otros afectados por la radiactividad, y un señor semiinconsciente porque Anatolio le dio la mano para levantarlo del suelo y el veneno de su dedo lo ulceró de arriba a abajo en un visto y no visto.

Impresionante: A Anatolio no le pasó nada.
Por eso, íntimamente se rebautizó como Absurdo Martínez.

Bueno, eso de que no le pasó nada, no es del todo exacto. En ese percance se dio cuenta de que estaba muy por encima de la media en cuanto a aguante de daños y desgracias. Y pensó que podría dedicar su resistencia y su potra al bien común.

Muchos superhéroes responden al patrón de ser ciudadanos gafudos, torpes, tímidos, aburridos, etc, tipos irrelevantes en su quehacer cotidiano que luego se convierten en apolíneos y colosales luchadores, llevando una antagónica doble vida.
Pero Absurdo Martínez iba a ser algo más que eso: El único superhéroe que por las mañanas era Superman, por las tardes Batman y por las noches la Chica Fantástica.

Características principales:


Tenía visión en ambos ojos, un oído finísimo, el izquierdo, la facultad de ir más rápido andando que corriendo, unas demoledoras manos empuñando llave inglesa, dientes blancos y parejos, y un tocadiscos Akai.

Era capaz de detener un tren de mercancías si reducía antes al conductor. Podía tener ambas manos ocupadas cuando iba a un urinario. Podía montar una ametralladora antiaérea a oscuras y mientras encenderse un chester por el filtro. Era tan fuerte que podía levantar hasta sospechas. Cantaba muy bien. Etc. Sería interminable.

Historial:

Luchó y venció a los supervillanos, Grummoman el Bastard Marx. Frigoman el eslavo Hombre de Escarcha. Oldman el Viejecillo Verde. Ganyanman el Hombre de Carne con Antifaz de Goma. Bad Boy Slim el DrumstormMan. Stela Dorada el Goldensurfer. Florence King el Hombre del Tiempo. Satán el Hombre Rabo. Josep Lluis Baldrich el Barretinboy. Y miles y miles más.

Marvel nunca tuvo bastante pasta para ficharlo.


domingo, julio 08, 2007

 

-KARMA.KARMA.KARMILION-

Me levanto de la cama a las siete y como siempre una multitud de periodistas esperan con sus flashes a la puerta de mi casa. La puerta de mi casa es famosa y suele llegar pasado el mediodía. Toda la noche de marcha y aparece con el tabique encalado hasta las trancas. Siempre dice que lo va a dejar. Es un agobio. Necesito algo que me tranquilice, un trasplante de nervios puede. Iré a misa de doce. Es un club muy suyo: si voy yo seremos trece y habrán de cambiarle el nombre. Recuerdo con añoranza las cosas que solía recordar pero ahora ya no me acuerdo de cuáles eran exactamente. Necesito un trasplante de pasado y no descarto cambiar otra vez de mascota. Una que no me influya negativamente. Tuve un perro que murió ciego, un par de gatos que no eran míos ni suyos sino el uno del otro y el otro del uno, unos peces con pocos megas, sordomudos creo, unos periquitos de colores, de colores y de formas, y de sonidos, y de tamaños, y un camaleón comemoscas con una rara visión del mundo. El oculista que no supo curarme al perro dijo que se atrevería en cambio a recetarle gafas al camaleón. A ver quién es el guapo que da con el diseño.
Puedo estar horas y horas pensando en cómo habrían de ser las gafas de un camaleón. Es una gran manera de ir sosteniendo la vida. Si no, se cae.
Porque la vida trabaja sin red.
Eso no admite réplica.
Que no.
Que no.
Y que no.
Habrá quien piense en otras cosas pero es un tarado. Para qué disimular y hacer como que no ha pasado lo que ha pasado. Todos hemos tenido muerte y mierda dentro. El olor es lo que trasciende. No es cierto que tras la defunción se acabe. Al oler un rosal, una mierda, un incienso o un cadáver, fragmentos de ellos entran en nuestro paladar, en nuestras propias narices y con delectación o asco los saboreamos. O, señor, qué peste a cloaca, qué tufo a ratas muertas. Partes físicas-físicas de esas ratas nos han invadido, se pasean por nuestra lengua, se camuflan entre los chorretes de biosoja que tiramos cuello abajo. Tenemos muertos entre los dientes añadiendo sarro a la parte de atrás de nuestra sonrisa.
Sí señor.
Sí señor.
Bola de partido.
¡Nooooooooo!
¡Ha entrado, ¿estás ciego o qué?!.

Hay gente que se baja ectoplasmas por el emule. Multimediums. Cava una buena zanja y se te acabarán las tonterías. Levántate a las siete y descubre con horror que tu puerta aún no ha vuelto. Eso sí que es grave. Un asunto suprabarítono.
El oculista erre que erre quiere ajustarle la mirilla. A la puerta digo. Ya me estoy hartando de él. Ya me tiene los huevos llenos. Nunca me han gustado los oculistas. Creen que lo que ves es gracia suya. Si un fabricante de zapatos se arrogase la autoría de mis pasos me pondría como loco. Tal vez lo llevase a la muerte, tal vez al oculista. Una de dos.
La visión panorámica es maravillosa siempre que se emplee para ella un microscopio.
Malditos médicos. Fui para una rinoplastia y desperté del coma con tres orejas. Es que trabajan demasiadas horas. Es la manera de poder ganar demasiado dinero. Con la nariz encalada hasta las trancas. Entonces perdono a mi puerta, respiro al perro ciego, metabolizo parte de su muerte, charlo con los peces, buceo un rato, les arreglo los papeles a los gatos, les pongo huevos a los pericos y le regalo un cayado telescópico al camaleón. Ocho, impar y rojo.


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