viernes, julio 16, 2010

 

--LA VELOCIDAD DEL SONIDO-- (Estudio Científico)

 El sonido, según Ernst  Match, es más rápido que las liebres de canódromo. ¿Pero lo es más que una liebre bioquímica o liebre común?
Cuando al destacado científico le presentaron la siguiente ecuación, se quedó estupefacto.

A partir de ese momento, se encerró en su laboratuar y permaneció incomunicado durante 5 horas.  En las primeras dos, escribió toda su obra: su famoso libro de tres páginas “Tratado Sobre La Velocidad De Los Sentidos” y  “Muerte Al Empirismo Teórico”, un interesante folio anticiencista. En las tres horas restantes, se comió una libre estofada y se suicidaron ambos con la Navaja de Conan (aquella que aconseja, de entre varias opciones, escoger la más pintoresca)
 ¿Cómo pudo suicidarse él y a su vez la liebre que ya había engullido? Pues muy sencillo: se hizo cortes en las venas y, como eso tarda un rato en hacer efecto, aprovechó para practicarse también un harakiri pinchándose la barriga y atravesando a la liebre de paso.

Ernst  Match es el padre del “Experimento de Match”, también conocido como “Experimento de Ernst”, llevado a cabo en abril del 77, en el estadio olímpico de Munich.
En “Muerte al Empirismo...” Match afirma:
“Se habla demasiado de la velocidad del sonido, pero tampoco es tan rápido, no crean. Sólo lo es según en qué circunstancias. Igual que no es tan veloz un marino con un catalejo y una pipa, que el mismo marino llevando el ancla a cuestas. Así pues, el sonido corre bastante cuando va solo, ciertamente,  mas no tanto cuando se le carga. Ni tampoco es tan raudo si se echa una carrera con algún otro elemento que corra como él.”

Ernst acompañaba sus aseveraciones con ejemplos didácticos. Uno de ellos, quizás el más clarificante es el del ciclista:
“Si un ciclista va en dirección norte a 30 kms/h en un día sin viento, tendrá percepción de viento en la cara: exactamente la de un viento de 30 kms/h.
Si un ciclista va en dirección norte a 30 kms/h, y se encuentra con viento frontal de 30 kms/h, el viento que le azotará el rostro será de 60 kms/h.
Y, por último, si un ciclista va en dirección norte a 30 kms/h, y el viento sopla en su misma dirección también a 30 Kms/h, ese ciclista circulará en calma total al desplazarse a la par que el aire.”
Ernst, en la pista de atletismo dispuso un "Lanzacohetes Láser de Aceleración Particular" (L.L.A.P.),  lo situó en la línea de salida de la calle nº1 y le introdujo una oreja humana con todo el aparato auditivo intacto a modo de proyectil. (A 400 metros se tendió una red para recogerla)
Los expertos en explosivos iniciaron la cuenta a tras: h-g-f-e-d-c-b-a... ¡ignición!, y dispararon. La prueba se grabó convenientemente con una cámara de vídeo de alta velocidad provista de sensores de ondas.
Fue oírse la explosión y la oreja ya estaba en la red. El visionado de las imágenes registradas, ralentizadas al máximo, demostró que la oreja y el sonido se desplazaron a la misma velocidad al haber sido propulsadas a la vez y por la misma fuente. Se dieron pues los principios de "Igualdad en el Chuscamiento de Onda" (I.CH.O.)
Según Ernst, aquellas dos velocidades, al ser idénticas e ir en la misma dirección, debían anularse, Es decir, así como los presentes escucharon un enorme estruendo, la oreja debía haber hecho su viaje gozando del más absoluto de los silencios.
Cuando inspeccionaron el sistema auditivo de la oreja, en busca del deterioro que todo ruido produce al tímpano y al caracol, se regocijaron al ver que el resultado era óptimo y por tanto muy esperanzador: Ya sólo quedaba probar con una oreja viva.
(La oreja del ensayo fue cortada de un cadáver de la Facultad de Medicina de Munich con la navaja de O´Connor)

Ernst, antes de morir tuvo tiempo de apuntar en una servilleta de papel la idea de un nuevo estudio: la velocidad del olfato.
“Si se puede conseguir que una oreja sea más rápida que el sonido, ¿por qué no probar si el olfato permite ser acelerado hasta anticiparse al olor? Eso nos permitiría detectar una fuga de gas antes de producirse, previniendo con ello accidentes, o por qué no, evitar entrar en un lavabo público justo cuando alguien acaba de despacharse en él sin miramientos ni sentido de la higiene.”

domingo, julio 11, 2010

 

--EL APRENDIZÁSH--

POLICÍA MALO- ¡¿Qué hizo la noche de 1981/1982 por la noche?!

ACOSADO- No sé. Mi memoria es una catástrofe, créame...





(Continúa) (de las dos líneas anteriores, me refiero)

PM- ¡Mi paciencia se está agotando! ¡Hable!

A- Entre borrachera y borrachera, me dio por ir a la biblioteca. En ese tiempo leí poesía, mucha. Algunos clásicos, la generación del 27, la del  98, la del 114´5 y no sé cuántas más. Pero era leer un libro un día y haberlo olvidado al siguiente. Menos mal que recordaba los nombres de los autores y las portadas, que si no, tal vez me hubiese mamado siempre el mismo ejemplar sin darme ni cuenta. Hoy en día veo un poema de Guillén, Celaya, León Felipe, Dámaso, Aleixandre o quien sea, y me suena, me suena, pero no sé de quién coño es, se lo juro. Tampoco me acuerdo de las borracheras apenas. Al principio pensé que eran ellas las culpables de obnubilarme las lecturas. Mas, no. Lo que pasa es que en aquel entonces uno era joven y creía que la poesía era un arma cargada de futuro, cuando no pasa de mero fogueo. Y lo bueno es que me encantaba devorar páginas y más páginas de ilustres rimadores. ¿Pero quedó algo en mí de todo ello?
Alberti, Neruda....  Machado.., los Machados, el uno y el otro, Antonio y Manuel.., cuánto amor se profesaban... Se conoce que el Antonio estaba perdidamente enamorado del Manuel. En Soria concretamente se amaban, y mucho, que no es poco.

PM- ¡¿No se estará usted confundiendo con Leonor?!

A- ¡¿Leonor?! ¡¿Leonor Machado?! ¡¿El Antonio se lo hacía con su hermana?! Bueno, tampoco me extraña tanto. ¿Usted conoce Soria? Soria tiene más peligro carnal que Río de Janeiro. No en balde buena parte de los sorianos son fruto de la fornicación.

PM- ¡Vayamos al kitsch de la cuestión! ¡Lo que me interesa saber es qué sacó de aquella experiencia!

A- Tras mucha reflexión, pienso que fue como cuando se hincha uno de morcilla y se pone tibio de moriles. Tal vez subsiguientemente no recuerda lo que ha comido, pero de tanto en tanto se le repite. No recuerda cuántas morcillas se ha echado al papo, ni si eran de cebolla o de arroz, de Burgos o riojanas, pero ese furor estomacal le indica claramente que algo de ellas ya es él para siempre. Queda residiendo en uno el poso subyacente subconsciente gastroneuronal de lo ingerido por ingesta.

PM- ¡Viva Eureka! ¡Ya estamos en el buen camino!

A- No hay mejor forma de darse a entender que por medio de parábolas et metafores, a poder ser incomprensibles.

PM- Continúe: ¿qué hizo exactamente en la tarde de 1990 a 1999?

A- En esa década me dio por comprar discos viejos de jazz y música clásica, y libros de filosofía universal, de esos baratos de colecciones sencillas que hay en todos los mercadillos.

PM- Y no me diga que también los olvidaba.

A- Pues sí, en efecto. Si me pone usted una pieza de jazz cualquiera, no sabría decirle con seguridad si se trata de be bop, hard bop, cool jazz, swing o qué. Y con los sabios igual. Ya no me acuerdo de qué hostias iba el Ortega, o el Soren, o el Hume, o la puta que los parió a todos. Pero lo que sí sé es que algo de cada uno de ellos conforma aún hoy mis intestinos, mis higadillos y mi páncreas -creo que mis falanges son Bakunianas-. Y mire qué le digo: casi es mejor no saber en qué medida y en qué momento mi opinión es en parte original y propia, y en parte recibida de cualquier filósofo, ya que si recordase todo lo que les leí e identificase cuáles de mis palabras son suyas, podría caer en el eruditismo pedante que suele hacer mella en aquellos que gozan de magnífica memoria. Prefiero poner en boca de Descartes una cita de Voltaire, a sabérmelas todas y sucumbir a la atractiva tentación de demostrarlo.

PM-  ¿Y si por culpa de ello, en una discusión queda como un tonto?

A-  Pues me importa una mierda: batirse en duelo es lo más aburrido del mundo.




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