sábado, febrero 22, 2025

 

--MIS HAZAÑAS - ALPINISMO EXTREMO--

 

El alpinismo es mi vida. Y después de haber subido ya cientos de veces los cuarenta y tres ochomiles que hay en el planeta, sólo me quedaba hacer la cima del Nightmare Mountain, que en lengua indígena significa la montaña de los renegridos mares nocturnos. (Ver foto 2)

Está en la comarca de Los Campos Altos, cerca de Tarragona, que como su propio nombre indica es tierra de empinadas y gigantescas cumbres. Nada menos que seiscientos y pico metros de altitud tiene la majestuosa cumbre a la que voy a enfrentarme. Voy sin oxígeno, sin vituallas y sin campo base. Las rutas más difíciles y peligrosas son la norte, la sur, la este y la oeste, así que en mis planes está subir por la primera que pille. Comienzo la aventura y no pasan ni diez minutos cuando empieza a ponerse hostil la naturaleza. Un sirimiri intenso me empaña las gafas y una brisa glacial me obliga a abrocharme el chándal. Me adentro poco a poco en los bosques fríos y sombríos que hay en la falda de la montaña y la nieve hace acto de presencia. No llevo ni media hora andando y ya todo el paisaje es blanco.

Salgo del bosque frío y sombrío y ahí está ella desafiándome arrogante, altiva, orgullosa y prepotente como un futbolista de mierda. Pero yo no estoy dispuesto a arredrarme. He venido a escalar y la escalaré aunque para ello haya de fracasar en el intento.

Es tan dura y agresiva la orografía de esta inhóspita tierra, que hasta se pueden ver colonias de olivos tratando de huir de ella. (Ver foto 1)

En los primeros y escasos rellanos helados que ofrecen las exigentes rampas, empiezo a ver sherpas y montañeros muertos vete a saber de qué expedición. Me detengo ante uno que debió estar muy resfriado antes de congelarse porque de las narices le cuelgan unos carámbanos tan grandes que le hacen parecer una morsa. También al poco rato veo un porteador en cuclillas todo cubierto de hielo, al que debió pillar la mortal helada intentando vaciar los intestinos, porque está con medio culo al aire como los caganers de los belenes catalanes.

Algo que no he dicho es que yo antes de emprender estos retos siempre tomo un chupito de ayahuasca, más que nada porque soy muy espiritual y me gusta establecer contacto con los ancestros, el más allá y todo eso. Así que he cogido de la mano al sherpa y me he puesto a dialogar con él.

-Hola, hermano. ¿Llevas mucho tiempo muerto, o qué?

-No lo sé, amigo. También tengo el reloj congelado.

-¿Y de dónde viniste?

-De tierras lejanas. De la ciudad de El Vendrell, en la comarca del Bajo Panadés.

-¿Lejos? Si eso está a sesenta kilómetros como mucho.

-Ya, pero viniendo a pie con toda esta carga,  te juro que se hace interminable y llegas reventado, tío.

-También es verdad. Oye, pues qué pena que te murieras. Lo siento.

-Sí, bueno, es lo que hay. Esta montaña es tremenda. Está llena de accidentes geográficos. Y todos ellos son graves. 

-Antes de que me vaya, ¿quieres que intente subirte un poco los pantalones?

-Ah, no, gracias, no te preocupes, la verdad es que ya me la suda. 

-Vale. Bueno, pues me voy a ir. No quiero que me alcance la traidora ventisca de la gélida noche.

-Adiós, compañero. Ve con cuidado, no vayas a sumarte tú  al millar de muertos que poblamos esta cordillera. Que tengas suerte.

-Gracias, amigo. 

Después de la charla, decido no entretenerme con nadie más y atacar con bríos la ladera de nieve para llegar lo antes posible a la cima.

Como me resulta cada vez más fatigoso respirar, aguanto la respiración todo lo que puedo, igual que cuando uno bucea, y así respiro menos veces.

Media hora después, como un puto pecholobo, sin ni siquiera recurrir a la lata de redbull que llevaba por si acaso, culmino la cumbre con una emoción tan indescriptible que no se puede explicar con palabras. 

En media hora o tres cuartos, ya he bajado de la montaña y estoy en casa duchándome. Me siento como un campeón. Soy un campeón. Sí.




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