domingo, enero 05, 2025
--UNA BELLA HISTORIA--
En mi juventud, antes de emigrar a la ciudad, cuando vivía en el rancho, tenía un caballo, Lucero, con el que desarrollé una relación muy estrecha. Siempre que me sentía solo, triste o incomprendido, iba a la cuadra, me recostaba a su lado sobre el heno y le contaba mis cosas al oído. En él vertía todos mis sentimientos, mis inquietudes, mis miedos, mis inseguridades, mis sueños, mis angustias... Y con él compartía largas horas de confesiones y desahogos. Aquel caballo estaba hasta los cojones de mí.
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