sábado, diciembre 28, 2024
--EL INFORTUNIO--
Yo llevo ya bastantes años desde que se me truncó la suerte, malviviendo de ayudas y subsidios, pero antaño he manejado pasta, mucha mucha pasta; estamos hablando de niveles Amancio Prada, Ronaldo, Tom Hanks, Matías Prats y así.
Pero ya que es Navidad y no salimos nunca, mi señora y yo hemos hecho un esfuerzo y nos hemos ido a dar un rulo y comer por ahí. Obligados por nuestra actual capacidad económica, sólo se nos ha puesto a tiro un bar restaurante de esos típicos de pueblo, de menú a 14 euros, que tienen nevera de helados junto a la puerta, máquinas tragaperras en un rincón, la televisión con los 40 latinos a toda hostia y las mesas puestas en fila frente a la barra con manteles de papel rojo.
Y a mitad de comida ha aparecido un gato que ha empezado a dar vueltas con aire rutinario alrededor de los comensales esperando que le diéramos algo.
Y eso nos ha hecho rememorar los buenos tiempos, cuando éramos ricos, muy ricos, obscenamente ricos, y comíamos en el mejor restaurante de Montecarlo junto a la aristocracia monegasca y los famosos de turno. Todos los clientes íbamos vestidos de gala, de frac o chaqué. Y allí mientras degustábamos una bandeja de langostas rellenas de bogavante con mousse de carabineros, rebozadas de caviar iraní con fuá, jugo de percebe y polvo de oro, era normal ver arrastrándose por debajo de las mesas a tipos de smokings raídos mendigando nuestras sobras. No se podía volar más alto. Pero es que eso no era todo, porque a la hora de los cafés de civeta y las copas de coñac Martell Cohiba Extra, se iban los pedigüeños del marisco y entraban otros exricos cuya ruina les había llevado a la bebida, suplicando relamer las últimas gotas que quedasen por las copas.
Esa es la diferencia entre tener muchísimo dinero y tener poco. La gente normal tenemos gato y los multimillonarios tienen gente.
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