martes, agosto 08, 2023

 

--LA IMPORTANCIA DE LA PSICOLOGÍA EN EL DEPORTE--

Andresín Montilla empezó a jugar a las canicas a los siete u ocho años. En el colegio, en un rincón de tierra que había al margen de las pistas de futbol y baloncesto, él y otros niños hacían un pequeño agujero en el suelo y se ponían a jugar a la hora del recreo. Se le daba bien, cada vez ganaba más partidas y mejoraba su puntería. Le gustaba mucho.

Andresín vivía en una modesta casa de planta baja que tenía atrás un pequeño terreno sin cementar y cuando acababa de hacer los deberes salía a practicar, probando desde distancias cada vez mayores, poniendo obstáculos entre su bola y el agujero, etc.
Así pues, al curso siguiente, Andresín era muy muy bueno, y al siguiente, con diez años, ya no había quien le ganase. Realizaba tiros de cualquier estilo, rasos, bombeados, o con efecto, de una precisión y potencia asombrosas.
Y lejos de cansarse, él seguía entusiasmado con las canicas, entrenando cada día con la misma pasión y planteándose nuevos retos.
Al curso siguiente, a la hora del recreo, ya nadie jugaba a la pelota. Desde los párvulos hasta los chicos mayores, se congregaban alrededor de las partidas de canicas para alucinar con las genialidades de Andresín, aplaudirle y pedirle autógrafos. Aquello se había convertido en un acontecimiento diario que cada vez más público esperaba con ansia, incluyendo el profesorado y los miembros de AMPA.
Pero probablemente por esa creciente presión, Andresín comenzó a sentir agobio. Todo el mundo esperaba que cada jugada, que cada lanzamiento, que cada tiro, fuesen espectaculares, y el miedo al error hizo acto de presencia.
Durante unos días dijo tener el pulgar lesionado y no apareció por el rincón de las canicas. Era mentira. No quería salir al recreo. Se escondía en los lavabos y se hinchaba compulsivamente de comer regalices y gominolas. La presión había podido con él. Ya no entrenaba en casa y cuando le preguntaban sus padres por qué, él se inventaba cualquier excusa. Pero ellos no eran tontos y se dieron cuenta de que estaba atravesando una de esas crisis que sufren de vez en cuando hasta las más grandes estrellas del deporte.
Decidieron ponerlo en manos de un prestigioso psicólogo deportivo y la cosa no salió del todo bien. La terapia duró tres años y Andresín recuperó la ilusión de jugar, pero cuando eso pasó, ya tenía la edad de salir del colegio y largarse al instituto, pues era en tiempos de la EGB. Y en el instituto, nadie juega a las canicas.
Por lo tanto, Andresín Montilla, como tantos ídolos del rock, del cine, o del deporte, cayó de pleno en la depresión y ahora a sus 58 años, con sobrepeso, el colesterol disparado, y el azúcar por las nubes, todavía está en un centro de desintoxicación intentando quitarse de su adicción a las chuches.




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