lunes, julio 03, 2023

 

--LOS TONTOS DEL PUEBLO--


Recuerdo al tonto de mi pueblo, de cuando yo iba en agosto a pasar las vacaciones, un tonto de aquellos que había hace cincuenta años en todos los pueblos, sentado en una silla de enea, puesto a airearse en el balcón, balanceando sin parar su enorme cabeza como un japonés de reverencia infinita, con la baba cayendo siempre, incapaz de ajustar la boca, con los ojos fijos e inexpresivos yendo de arriba a abajo, del cielo al suelo, una y otra y otra vez, sin mirar probablemente nada, dando un poco de pena a los mayores, supongo, y un poco de miedo a los niños. Me pregunto si habría alguna actividad en el interior de aquella desproporcionada frente, si ocurriría algo dentro de ella, si algún pensamiento en bucle acompañaría el cerril compás de sus vaivenes. Ojalá le fuese bueno si era el caso, porque si no menuda mierda.
El tonto del pueblo vivía en mi calle, unas casas más arriba, formaba parte de ella. Era como la cigüeña en el campanario o la fuente en la plaza, un elemento más del paisaje que con la costumbre terminaba por no dar ni pena ni miedo, siempre ahí, siempre igual, siempre lo mismo. Luego también había otro tonto, éste no tanto, y era el que en las fiestas mayores se ponía delante de las procesiones y desfilaba a su puta bola con una vara en la mano todo feliz y contento como una majorette destartalada. Los de la banda de música, siempre forasteros, hacían esfuerzos para no reírse y que los bufidos no se les salieran de la trompeta. Y es porque era un tonto nuevo. Si hubiera sido su tonto, el de su pueblo, al tenerlo ya tan visto, no les hubiese hecho apenas gracia.
Ahora por el pudor y la medicina, ya no se ven tontos en los pueblos. Nacen menos y los que nacen están recluidos en centros, sin charangas ni procesiones en las que dar rienda suelta a sus impulsos, ni balcones en los que permanecer expuestos como la pieza estrella de un taxidermista.
Tampoco se les llama tontos hoy en día, naturalmente. Porque hay muchos tipos de tonto y a cada uno la ciencia le ha procurado su propio nombre, como si cambiar el nombre de las cosas cambiase las cosas.


 


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