domingo, diciembre 04, 2022

 

--LAS COSAS 11--



Una vez más, mis pies sacan a pasear a mi pensamiento, como si fuese un perro de tercer piso sin ascensor que necesita salir al campo a tomar el aire y soltar alguna cagada. Y al cabo de un tiempo va y se encuentra con un torreón ahí en medio del paisaje plantificado vete a saber para qué. El pensamiento le da un par de vueltas, olisqueándolo, buscando por dónde mearlo. Y al final lo hace:
¿Es una antigua atalaya de vigilancia que tenían los visigodos por si venían los malos a joder la marrana? No, demasiado fácil.
¿No será quizás la única pieza que queda de un gigantesco ajedrez con el que se entretenían hace cinco mil años los mismos extraterrestres que construyeron las pirámides de Egipto, las cabezotas de la Isla de Pascua y la Ciudad Encantada de Cuenca?
¿O tal vez se trata de una nave espacial de la edad de piedra? Porque, claro, antes de la edad del hierro, del bronce o de la fibra de carbono, lo que había era la edad de piedra y las cosas se hacían con piedras. Seguro que los ingenieros de aquel tiempo intentaron que ese tosquísimo cohete despegase y surcase los cielos en busca de nuevos mundos, pero pesaba un huevo y no hubo manera de elevarlo ni un milímetro. Ha de ser eso, seguro. De hecho, la prueba irrefutable es que aún continúa ahí clavado al suelo, ahora sin otra misión que servir de diana al pensamiento peregrino.




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