domingo, enero 24, 2021

 

--LAS COSAS 5--

Los gatos que descansaban sobre la valla de piedra fueron girando la cabeza a medida que yo avanzaba por el camino como si un cable los uniera a mí. Igual era lo más interesante que habían visto ese día, quién sabe. De todos modos cuando me alejé, ellos volvieron a su modorra como el que empieza una película albergando expectativas pero se duerme en el tercer fotograma al presentir que va a ser todo el rato igual.
Y es que ya no quedan argumentos novedosos en las cosas de la vida, ni en la condición humana, ni en casi nada. A excepción de la tecnología, lo demás está más trillado que el copón.
Me pongo a pensar en la de siglos que lleva ya la humanidad hablando, escribiendo, grabando, filmando y representando cosas, y entiendo la saturación.
Es lógico, ¿alguien puede hacerse siquiera una leve idea de la cifra de cuentos, novelas, poesías y guiones que se han llegado a producir en el mundo hasta el día de hoy? ¿Qué habrá que no hayamos visto, oído o leído un trillón de veces?
La novedad y la sorpresa se han ido quedando gradualmente sin espacio. Y el resultado de ello es un terreno donde únicamente pueden surgir versiones, clichés, y lugares comunes. No hay más posibilidad.
Y en esa tesitura de obligatoria resignación, aún nos tenemos que dar con un canto en los dientes si de vez en cuando en medio del monótono trigal, sobresale una frase lúcida, un chiste ingenioso, una imagen inspirada o un encuadre sugerente, destacando cual modestísima amapola.
Tenía que ocurrir tarde o temprano. Las cosas tienen límites. No hay nada que no los tenga.
Bueno, pensándolo bien, repetirse sí puede ser eterno, sin límite ni hostias.



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