jueves, diciembre 03, 2020

 

--LAS COSAS 2--


Esta tarde el camino está perfecto para andar. Un poco sombrío, pero fresco y húmedo de haber llovido, como si un enorme caracol le hubiese pasado por encima.

Enseguida enchufo los auriculares porque así la caminata me va a quedar redonda, con calidad profesional, tirando de medios a tope con su banda sonora y todo. A mí es que el pensamiento me va muchísimo más lejos si le meto música de fondo. Le añade un punto de intriga no saber por qué terrenos irá a perderse cada vez. Y eso me gusta.

Hace poco me di cuenta de que en casa ya hablamos de la muerte. De la nuestra, me refiero. Porque hablar de la ajena ya me dirás tú qué mérito tiene, cuando siempre son los otros los que palman.

Y eso debe ser por la altura del partido en la que estamos, imagino. Llevamos ya bastante tiempo jugando la segunda parte y sería -por rematar el símil- como si le quedasen al encuentro unos veinte minutos, más lo que añada el árbitro. Por ahí debe ir la cosa.

Pues eso, que hablamos de la muerte. Pero tampoco mucho ni con susto, no te creas. Sólo a veces. Yo diría que hablamos de la muerte cuando se nos agotan los temas de la vida.

Vaya, se me ha echado la hora encima. El último tramo es de carretera y veo en la rotonda que los dioses de lo automático ya han encendido las farolas y la luna.

Un verdadero fastidio, porque hoy no entraba en mis planes correr. Pero ahora oscurece muy deprisa y voy a tener que hacerlo, que como me atropelle un coche, mañana el tema de conversación puedo ser yo.





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