viernes, noviembre 27, 2020

 

--LAS COSAS--

 

Hoy iba caminando por el campo solo. Solo con mi pensamiento me refiero. De hecho, él y yo siempre vamos solos. Aunque nos metieran en la cuba de una hormigonera con cuarenta personas más, seguiríamos estando solos. Porque el pensamiento lo que tiene es que lo aísla a uno y lo acapara. (Las veces en que me hablas y te miro sin enterarme de nada, está ocurriendo eso)

Y hoy, como decía, paseando, contemplando a lo lejos al sol salirse de pantalla por las jorobas del horizonte, me ha venido el pensamiento de cuando se me gastó el último bolígrafo, hace ya la hostia de tiempo. De aquellos bolis salían ideas azules. Ideas que se acabaron con su tinta. Luego me cambié al ordenador, claro. Ahí, como si dijéramos, las ideas dejaron de ser analógicas y se pasaron a digitales. Y hay diferencia. Porque no es lo mismo pensar en una olla exprés, que en un robot de cocina. Todo cambia un huevo por la cosa del formato. La poética también. Obsolescencia. Hoy ya nadie se quiere en bic cristal, es ley de vida. Igual que anteriormente se dejó de querer en plumilla y tintero. Pues eso, que ahora la cosa del amor está en ceros y unos. Todo más básico. Intuitivo. Y me hace gracia. Se simplifican las relaciones pero se lían las explicaciones. Yo siempre he creído que si un cuadro hay que explicarlo mucho, es que tal vez no signifique nada.

Cuando la retórica ocupa más que la obra, es que la obra no transmite gran cosa. Avanzan las formas en detrimento de los contenidos. Y eso adelgaza las emociones: Van a faltar sicólogos, me parece a mí.

Bueno, pues eso es lo que pensaba mi pensamiento mientras yo aún debía procesarlo para ver si estaba de acuerdo.






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