domingo, noviembre 24, 2019

 

---EL CUENTO DEL LECTOR ABSTRUSO--


En la sala de espera del dentista hay dos señores. Uno está leyendo un libro bastante extranjero. Y el otro, picado por la curiosidad, entabla una conversación.

-Oiga, ¿puedo preguntarle qué está leyendo?
- Un libro de Rhijnvis Feith. Es un clásico de la literatura neerlandesa.
- Vaya, qué interesante.
- Sí. Me encantan los libros en lenguas nórdicas, de Islandia, Noruega, Dinamarca, Finlandia o Alemania. Y siempre en versión original, que traducidos pierden toda la gracia. Tengo la obra entera de Gunter Grass y me parece preciosa. Y Nietzsche ya ni le cuento, es la hostia.
- Caramba, es admirable. Con lo difícil que debe ser aprenderse unos idiomas tan complicados.
- No. Si yo no sé ninguno. No entiendo ni una palabra.
- ¿Entonces qué demonios hace? ¿No lo está leyendo?
- No, qué va. Yo miro las páginas, no las leo.
- Disculpe pero no comprendo nada.
- Es que soy un lector abstracto. Me fijo en los párrafos, en cómo están dispuestas las letras, en los espacios, en la composición armónica que forman. Por supuesto hay páginas que me gustan más y páginas que me gustan menos, según estén colocadas las palabras. Estéticamente las que más me gustan son las que tienen un montón de consonantes juntas. Es increíble. Me puedo tirar media hora en la misma página disfrutando de la disposición de cada letra en relación a las otras y su aportación al conjunto.
- Es usted muy raro.
- Tampoco tanto, oiga. Yo lo veo como los cuadros de Jackson Pollock.




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