domingo, agosto 20, 2006

 

--TRES HURRAS, TRES INCIENSOS Y TRES BIRRAS--

Aquel cachorro cambió nuestro concepto de perro. Incluso nuestra idea sobre la vida y los seres que la habitan en general.
Cuando llegó a casa era como una especie de anguila vertebral, como una caja torácica envasada al vacío, como un costillar con cuatro patas como cuatro cañas, chepa de ciclista bajando un puerto y morro de oso hormiguero con cañón recortado.
Y listo. Listo como el hambre.

Hicimos varios experimentos para conocer su enorme inteligencia.
Cuando le poníamos comida, se la comía. Y cuando no, el muy cabrón, se abstenía de comer. Sabía perfectamente qué tocaba hacer en cada situación, qué acciones tenían sentido y cuáles no.
Si sentía sueño, se tumbaba y dormía como un leño durante semanas; y si estaba desvelado, continuaba en la misma postura pero sin dormir, controlando el entorno con aguda mirada de escrutinio.

(El escrutinio es una variedad de crótalo que se caracteriza por su impresionante visión de campo. Es capaz de ver el océano entero mirando rectilíneo en una sola dirección, aunque justo delante de él hubiere una roca de quince metros de eslora. Ve la jugada, como Laudrup en los buenos tiempos de Laudrup.)

Ese perro de mirar profundo y hechicero veía el universo. Para nosotros lo que estaba enfocando desde hacía siete horas no era más que una zapatilla, pero para él no. Su visión cinesmascópica abarcaba el cosmos.



Y se hizo con los meses un macho enorme. (Bueno, siempre hemos supuesto que era o bien un macho, o bien una hembra con dos quistes debajo del culo, ya que muchos perros crían bultarracos por aquí y por allá.)
Lo que pasa es que no levantaba apenas la pata para las micciones y por eso no acertaba a los setos ni las ruedas.
Creímos que tal vez eso fuese una tara, pero no; con el tiempo descubrimos que era un animal de naturaleza tan mayestática que con sus meadas por el jardín nos indicaba dónde, para equilibrio del universo, debería ser plantado un árbol a su nombre.
En mi casa sólo se oían cosas como:
“Creo que intenta decirnos algo, cari.”
“Joder, qué peste, ¿has sido tú?.”
“Mira qué bonito está ocupando todo el sofá.”
O:
“¡ Qué de pelos por todas partes, la virgen.!”

Era ruso por los cuatro costados. Era un auténtico Zar.
Las contadas veces que se dignaba en mostrarnos que sabía caminar, lo hacía con elegantes saltitos, como un primer bailarín del ballet Borzoi, como un cuadrúpedo Nureyev con el pecho cual quilla de barco.
Y flaco, flaco igual que un espíritu porque él era un espíritu. Sólo así se comprendería que cagase como tres veces más de lo comido.
Una vez pusimos en un bol su ración de pienso y al día siguiente en el mismo cuenco los truños que produjo, y en efecto: no cabían ni de coña. Ese perro se vaciaba de sustancias insustanciales para quedarse únicamente con el alma de las materias.
Cuando en el invierno pasado detectamos en uno de sus cagarros dos huesecillos curvos y delgados, nos alarmamos creyendo que algún desaprensivo le había tirado por la valla restos de cordero o pollo y corrimos a golpear a los vecinos de las casas más cercanas por si hubiera sido cualquiera de ellos.
Estábamos equivocados.
El Zar, fino como nadie, había evacuado con las heces dos de sus propias costillas, concretamente las últimas que van a dar ya con la parte abdominal, para ser aún más esbelto, más cintura de avispa, para ser algo similar a una diva de los 40.
Se quedó hecho una especie de Greta Garbo-Gloria Swanson-Errol Flint que dejaba sin aire a cuantos se le cruzaban.
Su regio porte, sus ojos fijos e imperturbables y su cara de extrema inteligencia durante un tiempo nos tuvieron convencidos de que se trataba de un rey de las Españas y no de un emperador ruso. Lleva genes de borbón seguro, decíamos con orgullo.
Y él se iba a su cacharro del agua a beberla con caña, mirando todo de soslayo, sabiéndose admirado y eructando en disimulo tras dos sorbos de Perrier.

Cómo podremos olvidar su alta figura de perro hecho para el baloncesto enebeá, su agudo olfato capaz de detectarse las pituitarias sin ningún esfuerzo, su larga y plumera cola de blanquísimo pelaje que aparecía erguida como un domingo de ramos al sobresalir de los matorrales.
Cómo olvidar eso, si parecía que estuviera desfilando el paso del santo sepulcro en la semana santa salmantina. Daban ganas de subirse a un balcón para cantarle una saeta a poder ser también salmantina.
Cómo no retener en nuestra mente para siempre ese perfil manoleteño, torero y desafiante, ese perro de danzar jerezano, ese rejoneo de salón hecho galgo...

SAETA
Ay, Zar de la zar Zarrusia
Ay, Zar de la zar Zamora
Que tengo el alma de pena
Que tengo una pena de alma
Que tengo el cuerpo de lluvia
Que tengo una mala hora
Que tengo la pena llena
Que tengo los ojos malva
Que tengo en luto la vista
Que tengo todo que llora
Que tengo prieta la agenda
Que tengo hora en el dentista
Ay Zar de la zar Zarrusia
Ay, Zar de la zar Zamora.


El Zar siempre supo que en realidad no se llamaba Pellicena, pero nos seguía el rollo.
Buen chico, buen chico...

Comments:
Que la ha palmado, en definitiva.
 
En efecto, socio.
Cuando me palma un persona, ya sea perro o de los otros, me sobreviene una especie de tendencia al clasicismo y no puedo evitar hacerle un homenajillo.
¿Recuerda a Curry de Lorships?
También fue cierta y mucho. De los mejores personas que he conocido en mi vida y con un coeficiente intelectual portentoso.
Este bicho en cambio era muy tonto, tonto perdido, más tonto que discutir con un rabino, pero gracioso que te cagas, prácticamente un teleñeco.
No somos nada...
Resignación...
Hoy aquí y mañana allí...
Hay que ser fuertes...
 
Le acompaño en el sentimiento, sr. Deker, y Blasas.
 
Yo tengo dos perras, madre e hija, y la madre es tan inteligente como idiota es la hija, es decir, bastante. La madre también está vieja y le queda poquito, pero en sus mejores tiempos hacía cosas como montar a su hija y simular el movimiento pélvico del mete-saca o mear levantando la pata, como si fuera un macho cabrío. Sus comentarios me lo han recordado, Deker.
 
La verdad es que estamos acostumbrados a los perros desde siempre, pero bien mirados son curiosos de cojones.
 
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