lunes, octubre 13, 2025

 

--LAS MELLIZAS--

 

Casandra y Divorciandra eran dos hermanas mellizas que tenían la misma edad, el mismo signo zodiacal y los mismos padres, pero no se parecían en absoluto ni tenían nada en común salvo ser contrarias la una de la otra. Eran como Caín y Abel, los primeros hijos del mundo, que por cierto, al ser los primeros en proceder de padre y madre, también serían los primeros en tener apellidos. Debemos pensar pues, que se debían apellidar Adánez Eváñez, o algo así. Aunque también pudiera ser, ahora que lo pienso, que Adán y Eva al venir directamente de Dios, ambos se apellidasen Dióez, con lo cual, Caín y Abel serían Dióez Dióez. Pero, bueno, dejemos ésto porque el tema son las mellizas. 

El caso es que Casandra y Divorciandra siempre andaban en rivalidades, pugnas, retos, pleitos y litigios. Casandra desposó con Marcelo Fan, un hombre franco, nítido y transparente. En cambio Divorciandra estuvo conyugada con una montonera de malajes, entre los que destacaban Marcial Cahuete, Jaime Ezquino, Lope Lacañas, Fermín Digente, Ginés Tercolero, Fabián Drajoso, Francisco Gorzas, Lorenzo Penco, Tomás Queroso, y cientos de docenas de centenares más. Esos nombres la verdad es que parecieren hechos a propósito, expresamente adrede, por una mente caprichosa, lo cual me trae a la memoria a un panadero de mi pueblo, el señor Rebollo, que gustaba de poner a sus hijos nombres relacionados con su oficio. Tuvo tres varones, a los que puso Pancracio, Pánfilo y Pantaleón, porque empezaban por pan. También tuvo una niña a la que llamó Magdalena. Pero, diantres y demontres, otra vez me he desviado de las mellizas, lo siento, qué cabeza la mía. Sigamos.

Casandra envidiaba a Divorciandra por su hedonista y fiestera promiscuidad y Divorciandra envidiaba a Casandra por su vida cómoda, segura y estable. Y el odio entre ellas, conforme iba pasando el tiempo, no hacía sino crecer como una mala hierba urticante y venenosa, hasta el punto de que a escondidas del resto de la familia, ya desde bien pequeños, organizaban peleas clandestinas de los hijos de la una contra los de la otra, apostando importantes sumas de dinero. Finalmente una mató a la otra de una certera puñalada en el tórax y treinta y cinco absurdas en los codos, y la otra mató a la una de una fuerte patada en los ojos con botas de seguridad. Cuenta la gente que ambos fantasmas en la noche de difuntos, surgen entre los fuegos fatuos y continúan insultándose y diciéndose de todo. Y eso que las enterraron en las tumbas más distantes del cementerio.

Quizás la enseñanza que se pueda extraer de estas hermanas, sea la misma que de Caín y Abel: que muchas veces la mitad de la gente es chunguísima y la otra mitad a lo mejor también.




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