sábado, agosto 30, 2008

 

-EL MAL VARIO Y LA SUERTE LENTA-

*Si te cuelgas una pata de conejo en el llavero, trae suerte. Pero si te comes al resto del roedor con arroz, aún trae más.

*En la antigua Prusia, Vladimir Sánchez Galán no tenía curro. Él y su familia se comían el verdín de los árboles.
Llevaba más de tres meses sin conseguir que le diesen trabajo en la fábrica de sal hasta que un día el pobre diablo tuvo suerte y lo cogieron para descargar un barco. La sal iba en sacos de 96 kilos. La jornada era de 32 horas diarias. No se paraba a comer. Únicamente cada 6 horas el patrón les permitía detenerse 10 minutos para que los trabajadores se pudiesen morder las uñas un poco y echar una meada.
Aún así, Vladimir se sentía afortunado, pues recibiría tres monedas de cobre y una de cartón por su labor, y se podría además quedar con los restos de sal que ensuciaban sus hombros.
De ahí viene lo de que la sal por encima del hombro es augurio de fortuna.

*Encender velas para hacer rogativas a los santos, para iluminar templos, para combatir el mal de ojo, o para adornar tartas de cumpleaños, proporciona seguridad y bienestar a los fabricantes de cera. Hay abejas que han conseguido amasar importantes fortunas.

*Tocar madera también trae suerte. Eso viene del ramo de los electricistas, pues saben que si tocan metales se pueden electrocutar, en cambio si tocan madera ya es más difícil.

*Hoy no tenía muchas ganas de escribir, se ve en seguida. Pero me da igual, porque vengo de que me lean la quiromancia de la mano y resulta que tengo la línea de la vida tan larga que me llega al sobaco.



jueves, agosto 21, 2008

 

-MUCHO CUIDADO CON LOS HUEVOS-


Cuentan que una vez a un niño que estaba ya muy mayor para llevar pantalón corto en invierno, y era más feo de lo recomendable, una gallina, la gallinita bonita cocoricoconut le puso un huevo en la cabeza mientras dormía.
El huevo huevito bonito cocoricocodrilo se le hundió en la rubia melena e se le incubó.
Y una larva larvita bonita cocoricocornflakes le creció dentro.
El niño grandote se rascaba y rascaba sin cesar de parar de rascarse y su mamá lo llamaba al orden porque hacía feo que todos lo viesen rascándose constantemente como los monos palmeros de los cocoricocoteros.

Y desesperado del sinvivir, se fue a Pamplona a los sanfermines. Y en cada encierro él sacaba entre los travesaños del burladero su cabecita bonita cocoricorroida con la esperanza de que algún toro se la empitonara y como si fuese un sacacorchos le vaciase el mal que llevaba dentro o le ensartase el parásito y le diera muerte.

Así que el primer día un astado bragado cocoricornamentado le metío en toda la nariz una cornada de dos trayectorias, a una por fosa, de tal modo que el niño yayón no tuvo nunca más necesidad de sonarse los moquitos bonitos cocoriconstipados, al quedarle el narigo colgando de una pieza como la lengüeta de un zapato.
Mas su cabeza seguía igual, con la roedumbre mala de la gusana gallinera.

Al segundo encierro, se zafó de los municipales y se plantó quieto con la cabeza gacha cuando bajaba la manada. Uno de ellos astifino y astijunto le endiñó de abajo a arriba de tal suerte que se le llevó las orejas puestas en mitad de los pitones. (Las orejitas del niñote se vieron agraciadas con un par de dilataciones muy a la moda, pero desprendidas del resto del chico.)
El niño viejarro cocoricompungido, se vio sin nariz y sin orejas. Menos mal que aún le quedaban los ojos para llorar al pobrecito. (El cráneo intacto.)

Y al tercer día, ya que lo tenían clichado las autoridades, alquiló por una fortuna un balcón de la calle Estafeta y justo cuando pasaban las reses, se les tiró encima en picado. Se liaron con él y lo cornearon a placer.
Por la tarde, en el hospital, se despertó y al mirarse en el espejo del lavabo vio con horror que su cabeza continuaba cerrada.
No tenía dentadura, no tenía orejas, no tenía nariz, y la mandíbula le había quedado desencajada a modo de visera sobre las cejas, -que gracias a eso salvó los ojos- pero el maldito cráneo de una pieza.

El niñito niñato bonito boniato cocoricocoetcétera, se quería morir. Hasta que vino el médico con los resultados de unas placas y le dijo amablemente que su cabeza estaba perfecta, que no tenía nada dentro y que todo había sido un sueño. Bueno, todo no, sólo lo de la larva de la gallina.

(Cuento apócrifo de los hermanos Grimma y Artonio Andersen a cascarla.)

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